A PROPOSITO DEL SAHARA
Interesante artículo de Gabriel Albiac hoy en La Razón.
Uno debe pagar sus deudas.
Siempre.
Más aún, si son políticas.
Porque, con demasiada frecuencia, lo que en política se juega es la vida o la muerte de los otros. Exactamente lo que se está jugando ahora en el Sahara. El exterminio de una población, que alguna vez fue española, por una de las más negras tiranías del planeta: la del corrupto sultán marroquí, de cuyos amores locos tanto parecen disfrutar los dirigentes socialistas españoles; de González a Zapatero, de Chaves a Moratinos.
El Sahara es el testimonio vivo puede que ya no por mucho tiempo vivo de nuestra ignominia digo nuestra, porque una ciudadanía que tolera a sus gobiernos comportarse como cómplices sonrientes de eso, no puede revestirse de inocencia. La sangre no sólo mancha a Hasán y a su hijo, no sólo mancha a Rodríguez Zapatero y Moratinos nos envilece a todos, a todos nos aplasta con nuestra pequeña dosis de matanza, corrupción, mugre, cinismo.
¿Qué sórdidos misterios, qué contabilidades opacas, hacen que la diplomacia española tolere a ese tirano cosas que, venidas de cualquier otro, desencadenarían ruptura diplomática instantánea? ¿En función de qué, un turbio déspota de derecho divino pudo insultar a un ex presidente español sin que nadie en el Ministerio de Exteriores moviera una pestaña? ¿Qué amputación anímica hace ahora que Zapatero y Moratinos juzguen estupendo que las autoridades de Marruecos retengan y devuelvan a España un avión en el cual viajaban representantes políticos y periodistas, reos del blasfemo propósito de investigar las condiciones de supervivencia de los nativos de un Sahara bajo ilegal ocupación marroquí desde que fuera deshonrosamente abandonado a su suerte por el ejército español?
España contrajo una deuda con la República del Sahara en 1975. Corrían tiempos muy difíciles aquí, es cierto. Pero eso no exime de nada. Y la deuda de entonces fue, como la deshonra militar, enorme. No sólo deuda moral.
Deuda material también, hacia una población, hasta entonces española, cuya independencia había sido legalmente encomendada a nuestro país por la ONU.
Y nuestro ejército huyó. Sin disparar una bala. Y permitió al teócrata violar leyes internacionales, anexionarse territorio, depurar habitantes. Sin que la potencia descolonizadora moviera un dedo para impedirlo. Se inició, a partir de ahí, un largo, metódico genocidio: los saharauis sobraban, en los designios del descendiente de Mahoma. El tirano necesitaba ese territorio. Por motivos económicos, primero. Más aún, como eficaz coartada frente a su interna miseria: nada tan eficaz como las mitologías nacionales para tapar la boca del que tiene hambre; nada tan eficaz, para que olvide quién le roba. No sólo Hasán, no sólo Mohamed son responsables de este espanto. No se puede abrazar a gente así sin quedar contaminado.
Uno debe pagar sus deudas.
Siempre.
Más aún, si son políticas.
Porque, con demasiada frecuencia, lo que en política se juega es la vida o la muerte de los otros. Exactamente lo que se está jugando ahora en el Sahara. El exterminio de una población, que alguna vez fue española, por una de las más negras tiranías del planeta: la del corrupto sultán marroquí, de cuyos amores locos tanto parecen disfrutar los dirigentes socialistas españoles; de González a Zapatero, de Chaves a Moratinos.
El Sahara es el testimonio vivo puede que ya no por mucho tiempo vivo de nuestra ignominia digo nuestra, porque una ciudadanía que tolera a sus gobiernos comportarse como cómplices sonrientes de eso, no puede revestirse de inocencia. La sangre no sólo mancha a Hasán y a su hijo, no sólo mancha a Rodríguez Zapatero y Moratinos nos envilece a todos, a todos nos aplasta con nuestra pequeña dosis de matanza, corrupción, mugre, cinismo.
¿Qué sórdidos misterios, qué contabilidades opacas, hacen que la diplomacia española tolere a ese tirano cosas que, venidas de cualquier otro, desencadenarían ruptura diplomática instantánea? ¿En función de qué, un turbio déspota de derecho divino pudo insultar a un ex presidente español sin que nadie en el Ministerio de Exteriores moviera una pestaña? ¿Qué amputación anímica hace ahora que Zapatero y Moratinos juzguen estupendo que las autoridades de Marruecos retengan y devuelvan a España un avión en el cual viajaban representantes políticos y periodistas, reos del blasfemo propósito de investigar las condiciones de supervivencia de los nativos de un Sahara bajo ilegal ocupación marroquí desde que fuera deshonrosamente abandonado a su suerte por el ejército español?
España contrajo una deuda con la República del Sahara en 1975. Corrían tiempos muy difíciles aquí, es cierto. Pero eso no exime de nada. Y la deuda de entonces fue, como la deshonra militar, enorme. No sólo deuda moral.
Deuda material también, hacia una población, hasta entonces española, cuya independencia había sido legalmente encomendada a nuestro país por la ONU.
Y nuestro ejército huyó. Sin disparar una bala. Y permitió al teócrata violar leyes internacionales, anexionarse territorio, depurar habitantes. Sin que la potencia descolonizadora moviera un dedo para impedirlo. Se inició, a partir de ahí, un largo, metódico genocidio: los saharauis sobraban, en los designios del descendiente de Mahoma. El tirano necesitaba ese territorio. Por motivos económicos, primero. Más aún, como eficaz coartada frente a su interna miseria: nada tan eficaz como las mitologías nacionales para tapar la boca del que tiene hambre; nada tan eficaz, para que olvide quién le roba. No sólo Hasán, no sólo Mohamed son responsables de este espanto. No se puede abrazar a gente así sin quedar contaminado.
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