ZONA CERO
El fin de semana pasado estuvimos en N.York. Aprovechando una visita de la familia decidimos volver a pasar unos días en Manhattan.
Además, el lunes pasado era festivo aquí así que pudimos alargar la estancia un poco mas.
Han sido dos días y pico de largo paseos por la ciudad. El domingo estuvimos recorriendo el Greenwich Village y el Soho, comiendo en Little Italy y cruzando andando el puente de Brooklyn. Después, bajamos hacia el distrito financiero.
Tardamos poco en llegar a la Zona Cero (Ground Zero). La primera impresión es de extrañeza. Un tremendo vacío en el corazón del distrito financiero. Rodeada de rascacielos, la Zona Cero se extiende como algo irreal. Fuimos hacia las vallas donde se han instalado unos plafones explicativos, con fotografías del Antes y del Durante; con la lista interminable de los asesinados ese triste día. Se pide silencio y respeto. No hace falta pedirlo. El ruido de la ciudad desaparece en la Zona Cero, en esa tan extraña ermita del horror. La gente anda, mira al vacío que se extiende mas allá de las vallas. Los gestos son duros y todavía, a día de hoy, incrédulos.
Miro hacia donde estaba una de las torres, la que visitamos en junio del 2001 (justo cuatro años antes). Recuerdo la impresión de ver las torres desde la calle. Recuerdo el ambiente en el lobby. Recuerdo la imagen de las Torres, brillantes, orgullosas en mañana de sábado de principios de junio. No subimos aquel día. "Volveremos otro día y subiremos a las Torres. Hoy vamos al Empire State, que si no se nos hace tarde."- dijimos esa mañana. Volvimos unos meses mas tarde pero ya no había ningún sitio al que subir.
Seguimos mirando el vacío. En un rincón de la Zona Cero han instalado un gran Crucifijo con restos de dos elementos de acero de una de las Torres. Miro al Crucifijo. Un mendigo, con una triste flauta, interpreta el Toque del Silencio. Se me caen las lagrimas.
Solo la muerte me hace llorar. No pensaba llorar en la Zona Cero.
Pero el peso del vacío se hunde en el corazón. Es opresivo.
Nos quedamos un rato ahí, con la mirada perdida, paseando como zombis entre zombis. Mi hijo lo ve todo, con sus grandes ojos, desde su sillita, sin saber. El solo habrá conocido ese hueco. Algún día le explicaran historias para descerebrados. Y entonces le
diré: "hijo, yo vi esas Torres, estuve dentro, vi esa gente, vi la Vida y también vi como un grupo de seres humanos decidió eliminar toda esa grandeza en nombre de un dios, en nombre del Horror, único dios al que esos cavernícolas adoran". Esa es la única historia que hay que contar.
Hay que ir la Zona Cero. Hay que bajar al infierno para ver esa cara del Horror. Después de eso se puede volver a subir e intentar, en la medida de lo posible, cambiar el mundo y dejar de escuchar a los tristes profetas que claman desde la mediocridad y desde la estupidez.
Además, el lunes pasado era festivo aquí así que pudimos alargar la estancia un poco mas.
Han sido dos días y pico de largo paseos por la ciudad. El domingo estuvimos recorriendo el Greenwich Village y el Soho, comiendo en Little Italy y cruzando andando el puente de Brooklyn. Después, bajamos hacia el distrito financiero.
Tardamos poco en llegar a la Zona Cero (Ground Zero). La primera impresión es de extrañeza. Un tremendo vacío en el corazón del distrito financiero. Rodeada de rascacielos, la Zona Cero se extiende como algo irreal. Fuimos hacia las vallas donde se han instalado unos plafones explicativos, con fotografías del Antes y del Durante; con la lista interminable de los asesinados ese triste día. Se pide silencio y respeto. No hace falta pedirlo. El ruido de la ciudad desaparece en la Zona Cero, en esa tan extraña ermita del horror. La gente anda, mira al vacío que se extiende mas allá de las vallas. Los gestos son duros y todavía, a día de hoy, incrédulos.
Miro hacia donde estaba una de las torres, la que visitamos en junio del 2001 (justo cuatro años antes). Recuerdo la impresión de ver las torres desde la calle. Recuerdo el ambiente en el lobby. Recuerdo la imagen de las Torres, brillantes, orgullosas en mañana de sábado de principios de junio. No subimos aquel día. "Volveremos otro día y subiremos a las Torres. Hoy vamos al Empire State, que si no se nos hace tarde."- dijimos esa mañana. Volvimos unos meses mas tarde pero ya no había ningún sitio al que subir.
Seguimos mirando el vacío. En un rincón de la Zona Cero han instalado un gran Crucifijo con restos de dos elementos de acero de una de las Torres. Miro al Crucifijo. Un mendigo, con una triste flauta, interpreta el Toque del Silencio. Se me caen las lagrimas.
Solo la muerte me hace llorar. No pensaba llorar en la Zona Cero.
Pero el peso del vacío se hunde en el corazón. Es opresivo.
Nos quedamos un rato ahí, con la mirada perdida, paseando como zombis entre zombis. Mi hijo lo ve todo, con sus grandes ojos, desde su sillita, sin saber. El solo habrá conocido ese hueco. Algún día le explicaran historias para descerebrados. Y entonces le
diré: "hijo, yo vi esas Torres, estuve dentro, vi esa gente, vi la Vida y también vi como un grupo de seres humanos decidió eliminar toda esa grandeza en nombre de un dios, en nombre del Horror, único dios al que esos cavernícolas adoran". Esa es la única historia que hay que contar.
Hay que ir la Zona Cero. Hay que bajar al infierno para ver esa cara del Horror. Después de eso se puede volver a subir e intentar, en la medida de lo posible, cambiar el mundo y dejar de escuchar a los tristes profetas que claman desde la mediocridad y desde la estupidez.
1 comentario
blasillo -
Sospecho que aquí, al cabo de otros cuatro del 11-M, no habrá ese sentimiento único y nacional....