UNA PALOMA BLANCA
Siempre sucede lo mismo. Tenemos que perder a un ser querido para darnos cuenta de lo inconmensurable de la ausencia. Sobre todo, como en este caso, cuando los archivos modernos de la memoria; la televisión sobre todo, nos presentan en unas pocas horas un resumen acelerado de toda una vida y de parte de sus obras, aunque con Juan Pablo II esto parezca quizá una tarea inabarcable.
¿Cómo puede contenerse en ningún espacio temporal la gigantesca labor de este titán del siglo XX y quizá del XXI?
¿Cómo podemos atrevernos a tener la petulancia de valorar la dimensión de la infinita trascendencia que los innumerables caminos que ha iniciado nuestro extinto Papa van a tener todavía para la humanidad?
Los ingentes frutos todavía están por completarse y la sacudida telúrica con la que un polaco, pleno de Fe y de determinación mesiánica, ha sacudido al mundo todavía no ha terminado, porque ha estado impregnada de un amor generoso, riguroso y exigente, de esos que como el de Cristo en el sacrificio de la cruz señalan toda una época, pero se proyectan hacia el futuro como una sombra protectora sobre todos los hombres de buena voluntad.
Ninguna imagen representa mejor, para mí, el significado de estos últimos días, que esa paloma blanca que en la imagen congelada que ha dado la vuelta al mundo parece salir del propio corazón del Papa para volar hacia Dios, como una metáfora poética premonitoria de lo que estaba por suceder.
La simbología se ha cumplido; nuestro Padre se ha consumido en un fuego de amor y sacrificio, en medio de la Pascua de Resurrección y al filo de la celebración del día de la Misericordia, expuesto a todos, sin hurtar ningún detalle de sufrimiento pero al mismo tiempo de voluntad redentora, en una postrera lección universal de comportamiento ante la enfermedad y de preparación sin concesiones ante el gran tránsito inevitable, esta vez con la tranquila seguridad de quien va a ser recibido en los amorosos y acogedores brazos de Jesucristo y de María para toda la eternidad.
Y aquí nos quedamos, huérfanos y temerosos, transidos de dolor y congoja humanos, pero al mismo tiempo con una alegría confiada que pugna por superar en nuestro interior ese nudo enredado de sollozos y lágrimas, porque sabemos que ninguna otra alma santa velará mejor por nosotros junto al Trono del Altísimo en cumplimiento del mensaje protector que en todos sus viajes alrededor del mundo ha multiplicado sobre millones de almas atribuladas y hambrientas de esperanza. Y eso nos consuela en parte, aunque seguiremos buscando durante mucho tiempo ese testimonio vivo, esa referencia moral y esa fuerza que ahora ya solo será posible encontrar en el recuerdo.
Sin embargo no estaremos totalmente solos ya nunca más, tenemos sus palabras vertidas en Encíclicas, Cartas Pastorales y libros, en homilías y discursos. Densos y merecedores de atenta degustación en su elevado magisterio.
Han sido veintiséis años gozosos y generosos que Dios nos ha concedido para nuestra conversión.
Nuestra obligación es no desperdiciarlos.
Así sea.
Si deseas hacer algun comentario cliquea aquí
¿Cómo puede contenerse en ningún espacio temporal la gigantesca labor de este titán del siglo XX y quizá del XXI?
¿Cómo podemos atrevernos a tener la petulancia de valorar la dimensión de la infinita trascendencia que los innumerables caminos que ha iniciado nuestro extinto Papa van a tener todavía para la humanidad?
Los ingentes frutos todavía están por completarse y la sacudida telúrica con la que un polaco, pleno de Fe y de determinación mesiánica, ha sacudido al mundo todavía no ha terminado, porque ha estado impregnada de un amor generoso, riguroso y exigente, de esos que como el de Cristo en el sacrificio de la cruz señalan toda una época, pero se proyectan hacia el futuro como una sombra protectora sobre todos los hombres de buena voluntad.
Ninguna imagen representa mejor, para mí, el significado de estos últimos días, que esa paloma blanca que en la imagen congelada que ha dado la vuelta al mundo parece salir del propio corazón del Papa para volar hacia Dios, como una metáfora poética premonitoria de lo que estaba por suceder.
La simbología se ha cumplido; nuestro Padre se ha consumido en un fuego de amor y sacrificio, en medio de la Pascua de Resurrección y al filo de la celebración del día de la Misericordia, expuesto a todos, sin hurtar ningún detalle de sufrimiento pero al mismo tiempo de voluntad redentora, en una postrera lección universal de comportamiento ante la enfermedad y de preparación sin concesiones ante el gran tránsito inevitable, esta vez con la tranquila seguridad de quien va a ser recibido en los amorosos y acogedores brazos de Jesucristo y de María para toda la eternidad.
Y aquí nos quedamos, huérfanos y temerosos, transidos de dolor y congoja humanos, pero al mismo tiempo con una alegría confiada que pugna por superar en nuestro interior ese nudo enredado de sollozos y lágrimas, porque sabemos que ninguna otra alma santa velará mejor por nosotros junto al Trono del Altísimo en cumplimiento del mensaje protector que en todos sus viajes alrededor del mundo ha multiplicado sobre millones de almas atribuladas y hambrientas de esperanza. Y eso nos consuela en parte, aunque seguiremos buscando durante mucho tiempo ese testimonio vivo, esa referencia moral y esa fuerza que ahora ya solo será posible encontrar en el recuerdo.
Sin embargo no estaremos totalmente solos ya nunca más, tenemos sus palabras vertidas en Encíclicas, Cartas Pastorales y libros, en homilías y discursos. Densos y merecedores de atenta degustación en su elevado magisterio.
Han sido veintiséis años gozosos y generosos que Dios nos ha concedido para nuestra conversión.
Nuestra obligación es no desperdiciarlos.
Así sea.
Si deseas hacer algun comentario cliquea aquí
1 comentario
Matias -
Matias.