Blogia
FORO LIBER@L

LOS ICONOS DE LA IZQUIERDA

La izquierda, que a pesar de sus puñaladas traperas siempre ha sido una e indivisible, se vista de socialista, de comunista, de ecologista o de pacifista, ha tenido siempre gran apego por los iconos y por los símbolos.

Aún hoy, 40 años después, se siguen vendiendo multitud de objetos con la efigie de Ernesto "Ché" Guevara, sanguinario guerrillero cuyas auténticas andanzas la juventud de hoy en día, que sin embargo viste sus camisetas, ignora totalmente.

Qué decir de la Pasionaria, Líster o Durruti, apasionados defensores de la implantación en España de la dictadura del proletariado y convertidos por el transcurso del tiempo y la lluvia, más torrencial que fina, de la propaganda en adalides de la libertad y de la modélica democracia de la 2ª República.

Pocas veces, sin embargo, nos es dado contemplar en vivo y en directo, en tiempo real, la falsedad que tales adoraciones encierran. Ahora tenemos una oportunidad única. A nadie se le oculta que, junto a todos los citados, el icono viviente por excelencia de la progresía era Arafat. No hay más que ver la sobreabundancia de "pañuelitos palestinos" (¿kefir o algo así?) que pueblan las manifestaciones progresistas.

Pues mira por dónde, parece que empieza ser muy evidente que el verdadero obstáculo para que se pudiese empezar a hablar de paz en Oriente Medio era el venerado Arafat. Muerto él, se inician las conversaciones, los atentados disminuyen de forma espectacular, las mediaciones dan fruto, los nuevos gobernantes palestinos se dedican seriamente a organizar una policía que desactive a los grupos terroristas,...

Arafat, el que rechazó los acuerdos de Camp David pese a que le otorgaban el 90 % de sus aspiraciones. El jefe de los terroristas de Septiembre Negro, el descubridor del terrorismo indiscriminado contra civiles inocentes como medio de propaganda y presión, el precursor de los secuestros aéreos, el héroe de las olimpíadas de Munich 72, el pacifista que se presentó ante la asamblea general de las Naciones Unidas con una pistola al cinto, el defensor a ultranza de Hamas, Jihad y no sé cuántas bandas criminales más, el malversador de miles de millones de fondos europeos para la reconstrucción de Palestina, el que ha estado enviando durante años a críos a apedrear tanques israelíes para tener luego las instantáneas de sus tiernos cuerpecitos ametrallados. No, él no tuvo nunca la menor responsabilidad en la situación de Oriente Medio. La culpa era por supuesto de los americanos, y de Sharon, bestia negra del izquierdismo mundial. Este Sharon que propone la descolonización con la oposición feroz de sus compatriotas más radicales. Este Sharon que cometió el terrible desafío de visitar (¡Dios, visitar!) la Explanada de las Mezquitas, iniciando así la intifada.

La intifada. Resultado final: 4.000 muertos. Dos terceras partes, palestinos. El resto, israelíes. Curiosa proporción para tan desigual guerra entre uno de los ejércitos más potentes del mundo y unos pobres chicos armados con piedras.

Tanto da. Para la izquierda la verdad no existe. Arafat siempre será un héroe, Sharon un asesino, Bush un cowboy ignorante, y la intifada una lucha romántica entre piedras y misiles, entre niños y sanguinarios militares profesionales. ¿La verdad?... qué estorbo.

3 comentarios

Blas Broto -

Gracias José: tu testimonio es el de la intrahistoria que no hay que olvidar. Escribes muy bien y redactas perfectamente el sentimiento trágico de unos hechos y la baja catadura moral de una persona, el Che, que nos están vendiendo como ídolos.Idolos de barro

Por José Sánchez-Boudy -

Por José Sánchez-Boudy

Al Che Guevara no hay que enterrarlo. hay que hacerlo cizco. Hay que destruir el mito sobre su persona. Y la única forma es exponiendo al mundo, y sobre todo a los jóvenes, que no fue ni un valiente, ni un amigo de los pobres; ni un idealista... Que no fue un santo varón sino todo lo contrario. De sus manos no se puede borrar la sangre que derramó cobardemente. Está impregnada en esos huesos que están buscando para hacerle un panteón de glorificación, estilo de la momia de Lenín, en La Habana.

Porque el Partido Comunista Cubano está girando, lentamente, hacia un tipo de reciclaje en que dirigido por Castro y envuelto en la pretendida santidad del Che Guevara, y tergiversando a Martí, mostrar una cara maquillada, al mundo que le permita, a la Nueva Izquierda Internacional, vencerlo, en forma tal, que pueda recibir los cuantiosos créditos que necesita para mantenerse en el poder.

Pero "aunque se vista de seda la mona, mona se queda". Y para despojarlo del maquillaje y del nuevo ropaje hay que hacerlo tierra, mostrando la verdad, de la figura del Che, convertido en un mito, en "el amigo de los desheredados", por el Comunismo Internacional".

Hay que ver al hombre históricamente. No hizo nada pero hizo todo. El todo que nos tiene cuarenta años en este destierro: comunizó a Cuba. Fue la figura a través de la cual los soviéticos penetraron; destruyendo las instituciones republicanas. Fue como el Padre José, aquella Eminencia Gris de Richeliu, del cual, A. Huxley ha dejado una biografía sensacional.

No hizo nada, pero lo hizo todo: destruirnos la patria. Hacer polvo su economía; instaurar la violencia y la crueldad, mancomunado del brazo del Máximo Líder --el César para un dialoguero-- y de Raúl Castro. En la biografía de Lee Anderson aparece del brazo de los Castro, de la "Robolución Cubana". De la sangre y el crimen.

La figura de este hombre, de este asesino sin entrañas, hay que descarnarla ante el mundo y dejar al desnudo la frialdad de sus crímenes y de sus fracasos; que fueron el todo que destruyó una nación y la sembró de cadáveres y de cientos de cárceles. Que la hizo un gigantesco campo de concentración.

No se puede permitir que los jóvenes de Cuba sigan pensando que "el camino es el Che". "Que el hombre a imitar es el Che". De que fue un ser "que lo dio todo por los humildes", y que por ellos sacrificó su vida. Y con el machacar constante la dictadura tecnológica --como llamó Albert Speer a la nazi-- hoy en día, es lo que cree la juventud cubana.

Hasta los cubanos de alla, los más cristianos; los más apegados a su iglesia, aunque traten de rebatir el comunismo, aunque señalen sus errores, tienen metido en el alma el veneno del marxismo. Yo tengo aquí una publicación de una Diócesis Cubana. De una de las mayores del Catolicismo Cubano. En ella escriben jóvenes que buscan a Cristo; que creen estar completamente en Cristo.

Pues bien, en el fondo de la publicación, en el fondo del alma de estos jóvenes, se ve, como un velo muy sutil, el que "sea Castro el que haga las reformas en Cuba". En una palabra que el comunismo se recicle si fuera necesario.

Aqui está la publicación. Es la de Camagey. Verán que lo que señalo es una realidad como un templo. Es decir, jóvenes que rezan todos los días; jóvenes que buscan dar la libertad a Cuba, no han podido ser inmunes --a lo mejor ni lo saben-- al peligro de la contaminación marxista. A esa contaminación a la que le quieren buscar un "Santo Atea", para poderla mantener en el mañana, en una Cuba Libre. Les quieren santificar al Che Guevara.

¿Y al Che Guevara hay que enterrarlo y no hablar más de él? Ya verán a las multitudes gritando de que el Che también fue cristiano. De que el Che luchó por los desheredados.

Pues bien, esta serie de artículos que de hecho con repugnancia de su figura, sólo tienen un objetivo: desmitologizarlo. Mostrar las entrañas llenas de pus como en el "retrato famoso" de la novela de Oscar Wilde.

Nosotros regresaremos y el comunismo caerá. Está en sus últimas boqueadas. Y nos encontraremos que la labor más grande que hay que hacer en Cuba, es la de eliminar el veneno rojo dejado por el comunismo. Que ha tocado hasta el último segmento de la vida cubana.

Hay que volver a las enseñanzas de Martí, en forma máxima, enseñándole al cubano que Martí fue, de verdad, "el santo de América", como le llamó Rodríguez Embil. Que su Evangelio de piedad y de dignidad humana sí está basado en las enseñanzas del Señor; en lo mejor del Cristianismo; en lo más puro del hombre. Que Martí ni fue comunista, ni socialista. Que todo eso que dicen los marxistas es una "canallada" y una engañifa total y absoluta.

Cuando hayamos limpiado cada alma cubana de la corroña marxista podemos decir que el Che Guevara hay que enterrarlo. Antes no.

José Vilasuso -

POR JOSE VILASUSO.
En enero de mil novecientos cincuenta y nueve trabajé a las órdenes del
conocido dirigente en la Comisión Depuradora, Columna Ciro Redondo,
fortaleza de La Cabaña. Recién graduado de abogado y con el entusiasmo propio de quien ve a su generación subir al poder.
Formé parte del cuerpo instructor de expedientes por delitos cometidos durante el gobierno anterior, asesinatos, malversaciones, torturas, delaciones, etc. Por mi escritorio pasaron expedientes de acusados como el comandante Alberto Boix Coma, quien reportaba los partes de guerra gubernamentales y Otto Meruelo, periodista. La mayoría de los encartados eran militares de baja graduación, y políticos sin relieve ni carisma. Por su parte, los testigos fueron jóvenes fogosos, revanchistas, ilusos o pícaros deseosos de ganar méritos revolucionarios. Recuerdo a un teniente apellidado Llivre, de acento oriental, que me azuzaba. "Hay que dar el chou, traer de testigos a revolucionarios de verdad, que se paren ante el tribunal y pidan a gritos; justicia, justicia, paredón, esbirros.. Esto mueve a la gente." El entonces comisionado por Marianao, una vez nos axhortó, " A éstos hay que arrancarles la cabeza, a todos."
De inicio componíamos los tribunales letrados civiles y militares, bajo la
dirección del capitán Mike Duque Estrada y los tenientes, Sotolongo,
Estevez, Rivero que terminó loco y los fiscales Tony Suárez de la Fuente, Pelayito apellidado "paredón o charco de sangre," entre otros, quienes en su casi totalidad desertamos a causa de los excesos a la vista.
Posteriormente aforados sin instrucción legal, ocuparon nuestros puestos.
Hubo familiares de víctimas del anterior régimen a quienes cupo juzgar a los victimarios. Entre ellos, el capitán Oscar Alvarado, cuyo hijo
Oscarito, fuera horriblemente ultimado por paramilitares. Pero Alvarado dejó un rastro de cordura y equidistancia a la hora de dictar sentencias.
El primer procesado que tuve ante mis ojos se llamaba Ariel Lima,
exrevolucionario pasado al bando gubernamental, su suerte estaba echada; vestía de preso, lo vi esposado y los dientes le temblaban. De acuerdo a la ley de la Sierra, se juzgaban hechos sin consideración de principios jurídicos generales. El derecho de Habeas Corpus había sido suprimido.
Las declaraciones del oficial investigador constituían pruebas irrefutables. El abogado defensor limitaba su acción a admitir las acusaciones aunque invocando la generosidad del gobierno, solicitaba una disminución de la condena. Por aquellos días Guevara era visible con su boina negra, tabaco ladeado, rostro cantinflesco, y brazo en cabestrillo. Estaba sumamente delgado y en el hablar pausado y frío, dejaba entrever su "posse" de eminencia gris y total sujección a la teoría marxista. En su despacho, se reunían numerosas personas discutiendo acaloradamente sobre la marcha del
proceso revolucionario. Sin embargo, su conversación solía cargarse de
ironía, nunca mostró alteración de temperamento y tampoco atendía
criterios dispares. A más de un colega lo amonestó en privado, en público a todos: su consigna era de dominio público. "No demoren las causas, esto es una revolución, no usen métodos legales burgueses, las pruebas son secundarias. Hay que proceder por convicción. Es una pandilla de crimnales, asesinos. Además, recuerden que hay un tribunal de Apelación."
El tribunal nunca declaró con lugar un recurso, confirmaba las sentencias de oficio y lo presidía el comandante Ernesto Guevera Serna.
Las ejecuciones tenían lugar de madrugada. Una vez dictada la sentencia, los familiares y allegados estallaban en llantos de horror, súplicas de piedad para sus hijos, esposos etc. La desesperación y el terror cundían por la sala. A numerosas mujeres hubo que sacarlas a la fuerza del recinto. El siguiente paso era la capilla ardiente donde por última vez se abrazaban unidos por el dolor. Aquellos abrazos por minutos parecían preludiar un largo viaje. Al quedarse solos hubo quien se resistió hasta el instante de la descarga, otros iban anonadados, trémulos, abismados; un policía como última merced solicitó que le dejaran orinar, varios sentenciados ese día conocieron qué era un sacerdote, más de uno murió proclamando "soy inocente." Un bravo capitán dirigió su propia ejecución.
Presenciar aquella carnicería a manos de bisoños y lombrosianos, fue un
trauma que me acompañará hasta la tumba y tengo por misión divulgar hasta la tumba, a los cuatro vientos. Durante aquellas horas los muros del imponente castillo medieval recogieron los ecos de las marchas en pelotón, rastrillar de los fusiles, voces de mando, el retumbar de las descargas, los aullidos lastimeros de los moribundos, el vocinglerío de oficiales y guardias al ultimarlos. El silencio macabro cuando todo se había consumado.
Frente al paredón huellado por las balas, atados al poste, quedaban los
cuerpos agonizantes, tintos en sangre y paralizados en posiciones
indescritibles; manos crispadas, expresiones adoloridas, de asombro,
quijadas desencajadas, un hueco donde antes hubo un ojo. Parte de los
cadáveres con la cabeza destrozada y sesos al aire a causa del tiro de
gracia.
De lunes a sábado se fusilaban entre uno y siete prisioneros por jornada;
fluctuando el número conforme a las protestas diplomáticas e
internacionales. Las penas capitales estaban reservadas a Fidel, Raúl, Ché y en casos menores al tribunal o al Partido Comunista. Cada integrante de pelotón cobraba quince pesos por ejecución y era considerado combatiente.
A los oficiales les correspondían veinticinco. En la provincia de Oriente
se aplicaron penas máximas sumarísima y profusamente; pero no poseo cifras confiables. Presumo que algunos cálculos son exagerados. Aunque en total en La Cabaña, hasta el mes de junio de aquel año, debieron fusilarse no menos de seiscientos reos, más un número indefinido de condenas a prisión, producto de una lucha en que murieron unas cuatro mil personas entre ambos bandos.
En contraste, como resultado de la Segunda Guerra Mundial, donde entre bajas en frentes de batalla, campos de concentración, bombardeos, etc, se calculan cuarenta millones de víctimas. Sin embargo, en los procesos de Neurenberg la pena capital únicamente se aplicó a doce criminales de guerra. Posteriormente otros tres o cuatro casos, fueron ajusticiados en Israel.