CONTRAPESO AL PODER POLITICO
Necesitamos de una sociedad civil fuerte, integrada por instituciones responsables y ciudadanos libres y conscientes, cuya principal misión sea la de servir de contrapeso y freno al poder político. Sólo desde una sociedad civil articulada y capaz de influir, hay posibilidades de regenerar la democracia y las escalas de valores, recuperando esencias perdidas como la auténtica división de los poderes o el control judicial de los matices perversos de los partidos políticos y de los gestores públicos.
Los partidos resultan ya maquinarias obsoletas que apenas han evolucionado desde el siglo XIX., muy lejos de los ciudadanos a los que dicen representar y culpables del actual desprestigio de lo público, el descrédito de la política y de la democracia.
Conscientes de sus privilegios y de sus ventajas, en lugar de conectar con los ciudadanos construyen muros defensivos que les aíslan y alienan. Defienden la democracia como sistema, pero en sus aparatos practican la dictadura y el verticalismo. Mantienen en el poder a viejos elefantes amortizados y cierran el paso a los jóvenes que empujan desde la crítica y la renovación. Si no son controlados por los ciudadanos organizados en la sociedad civil, los partidos tienden a ocupar y controlar espacios de los que, por razones profilácticas, deberían estar ausentes: medios de comunicación, universidades, asociaciones de consumidores y de vecinos, foros, tertulias, empresas, centros de estudios, fundaciones, colegios profesionales, etc.
En apariencia, los políticos apoyan el desarrollo de la sociedad civil, palabra que está de moda y repiten en sus discursos, pero es mentira. En realidad, hacen todo lo posible por ahogar la sociedad civil, utilizando para ello diversas tácticas, desde las subvenciones a la infiltración, sin olvidar la manipulación, la marginación y hasta la intimidación.
Los partidos resultan ya maquinarias obsoletas que apenas han evolucionado desde el siglo XIX., muy lejos de los ciudadanos a los que dicen representar y culpables del actual desprestigio de lo público, el descrédito de la política y de la democracia.
Conscientes de sus privilegios y de sus ventajas, en lugar de conectar con los ciudadanos construyen muros defensivos que les aíslan y alienan. Defienden la democracia como sistema, pero en sus aparatos practican la dictadura y el verticalismo. Mantienen en el poder a viejos elefantes amortizados y cierran el paso a los jóvenes que empujan desde la crítica y la renovación. Si no son controlados por los ciudadanos organizados en la sociedad civil, los partidos tienden a ocupar y controlar espacios de los que, por razones profilácticas, deberían estar ausentes: medios de comunicación, universidades, asociaciones de consumidores y de vecinos, foros, tertulias, empresas, centros de estudios, fundaciones, colegios profesionales, etc.
En apariencia, los políticos apoyan el desarrollo de la sociedad civil, palabra que está de moda y repiten en sus discursos, pero es mentira. En realidad, hacen todo lo posible por ahogar la sociedad civil, utilizando para ello diversas tácticas, desde las subvenciones a la infiltración, sin olvidar la manipulación, la marginación y hasta la intimidación.
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