LA EMERGENTE ALIANZA ANTI SISTEMA
Nacido el 6 de junio de 1963 en Madrid.Diputado en la legislatura y VIII.
Casado. Dos hijos. Licenciado en Derecho. Diploma de Graduado Superior en Ciencias Jurídicas (ICADE). Funcionario de la Carrera Diplomática. (1989). Segunda Jefatura de la Embajada de España en Trípoli (Libia) de 1991 a 1993. Segunda Jefatura de la Embajada de España en Ammán (Jordania) de 1993 a 1996. Director General del Gabinete del Ministro del Interior de 1996 a 2000. Miembro del Comité Ejecutivo Regional del Partido Popular del País Vasco.
UNA de las características más preocupantes de los momentos más críticos de la historia de la Humanidad, de los puntos de inflexión decisivos, es que se presentan sin avisar, y casi siempre pasan inadvertidos a la mayor parte de sus protagonistas. Tomemos como ejemplo el estallido de la Primera Guerra Mundial, que se hizo inevitable, la carrera armamentística, la estupidez, el nacionalismo exacerbado, y la incapacidad de rectificar. Las ideologías totalitarias a lo largo del siglo pasado lograron anestesiar y amedrentar a la Humanidad para ganar tiempo y margen de maniobra, armarse, conquistar países - en ocasiones sin pegar un tiro, como el Anschluss nazi de Austria-, tratando de presentarse como movimientos pacíficos, deseosos de lograr una paz perpetua y justa, diciendo ser la víctima de conspiraciones malintencionadas, y asegurando que su agresividad era simplemente defensiva. Estos totalitarismos esperaron y siguen esperando, con la paciencia de los depredadores más sanguinarios, a que sus presas confiadas estén a su alcance para darle el tiro de gracia a la libertad. Ésta podría muy bien ser una situación tristemente similar a la que nos encontramos.
Desde los inicios del siglo XXI se vislumbran preocupantes factores de profunda y muy peligrosa inestabilidad, elementos como quizás no habíamos sufrido en los últimos veinte años. Pocas veces la realidad podría llegar a tener unos efectos más perturbadores, disgregadores y destructivos, por la confluencia de algunos de los fenómenos más agresivos y expansivos. Algunos de ellos se han disfrazado exitosamente como pacíficos e inocuos. Otros, por el contrario, no disimulan y son abiertamente hostiles, agresivos, y ya han demostrado su voluntad y capacidad destructora. Entre ellos hay en apariencia poca relación y sin embargo comparten algo fundamental, su anti-occidentalismo, anti-americanismo, anti-globalización, anti-semitismo, anti-cristianismo, además de su mercadofobia. La alianza de los anti es en apariencia endeble, y sin embargo es un eficaz polo de atracción para los movimientos radicales del planeta, que aunque no compartan la totalidad de sus postulados, sí comparten adversarios y enemigos. Los movimientos anti-globalización son una de sus más eficaces plataformas.
El primero de estos elementos peligrosos es el populismo totalitario, represivo, irresponsable, antidemocrático y expansivo que se ha instalado en algunos países de América Latina. El populismo por definición carece de ideología reconocible, su único y verdadero afán es el poder, el dominio, y perpetuarse. Cuando algunos sectores de la izquierda, generalmente los más radicalizados, pero lamentablemente no sólo ellos, aclaman como referente esencial a un personaje vacío doctrinalmente y filofascista en los métodos y en las formas como lo es Hugo Chávez Frías, presidente de Venezuela, es que la sequía ideológica en la izquierda es más grave de lo que los más pesimistas vaticinaron. Chávez es la esperanza blanca del castrismo fracasado, anacrónico y moribundo, que intuye que su continuidad es inviable en la Isla y que sólo es posible a través del presidente venezolano y del MVR (Movimiento 5ª República), su extravagante, radical y heterogéneo movimiento político. Por cierto, que uno de los elementos principales del MVR de Chávez es el PPT (Partido Patria para Todos), uno de los máximos apoyos internacionales de Batasuna, es decir, de ETA. Castro cree que sus tesis podrán por fin dominar el continente a través de Chávez. Además, la gran ventaja de Venezuela es que tiene una muy abundante renta petrolera (que por cierto sólo cubre la mitad del presupuesto venezolano), con la que el caudillo autoproclamado bolivariano financia sin disimulo ni rubor a los movimientos más extremistas del continente, desde el indigenismo boliviano de Evo Morales, escasamente preocupado por la verdadera suerte de los más necesitados de su país, a los piqueteros de Argentina, sin olvidar sus estrechas relaciones con las FARC y el ELN, organizaciones ambas consideradas grupos terroristas por la UE. Por esta y otras razones, el horizonte latinoamericano no puede ser más oscuro e incierto.
El segundo elemento es el islamismo, que en sus versiones no violentas es reivindicado por algunos analistas occidentales como un movimiento reformador y aperturista, e incluso como necesariamente y para ellos positivamente rupturista. No hay conciencia de la diferencia entre Islam político e islamismo, este último ni es ni ha sido ni será nunca moderado. Antonio Elorza ha definido con acierto al islamismo intelectual como islamismo analítico, que trata por todos los medios de presentarse como moderado, víctima de la persecución de Occidente y como corriente legítima de pensamiento, cuando no es otra cosa que la vanguardia del terror, envuelta en las sedas de unas exquisitas maneras que ni pueden ni deben engañarnos. Los máximos representantes de estas corrientes son, entre otros, Tariq Ramadán o el sudanés Hassan Al-Tourabi.
El tercero es la corrección política, la más eficaz censura que se ha conocido en los últimos treinta años. Es un elemento que paraliza y narcotiza a las sociedades democráticas, permitiendo a los elementos más violentos y agresivos ganar terreno. La corrección política nos ha desarmado frente a la agresividad del populismo, de los movimientos anti-globalización y del islamismo militante. Las naciones más avanzadas han abierto sus puertas a una sociedad supuestamente multicultural, que no es otra cosa que una calle de un solo sentido, sin reciprocidad alguna, por mucho que lo trate de dulcificar la progresía de salón. De hecho, confunden a quienes vienen legítimamente en busca de una vida mejor con aquellos que tienen un afán de extender su voracidad de dominio y de opresión a Occidente. Éstos se aprovechan de la buena fe de nuestras sociedades, y la corrección política les abre inmensos espacios de maniobra. La corrección política carga de complejos y paraliza la capacidad de respuesta de las democracias. Un ejemplo triste y lamentable de esto lo constituye el hecho de que una de las escuelas de pensamiento islámico más ultraconservador como la wahabí financia la construcción de mezquitas de su tendencia por todo el mundo, pero no permite la edificación de templos de cualquier otra confesión en Arabia Saudí, aunque sean las monoteístas de «las gentes del libro» reconocidas por el Corán. ¿Cuántas veces no habremos oído a personajes como Evo Morales o Tariq Ramadán reivindicar la que según ellos es una «inmensa deuda» que Occidente tiene para con sus países? ¿Por qué la autocrítica brilla por su ausencia en el populismo y en el islamismo? Simplemente, porque tanto el uno como el otro pertenecen a tendencias en extremo totalitarias.
A todo esto ciertas izquierdas en Occidente, huérfanas ya de todo referente ideológico sólido, han adoptado como adalides a personas que en ningún caso pertenecen a la izquierda tradicional, de una parte un caudillo populista como Hugo Chávez: recibido como un verdadero héroe en el Foro de Sao Paolo, y de otra un centrista liberal como Bill Clinton. Éste es un síntoma de crisis ideológica que debe ser resuelta cuanto antes por el bien de la democracia. Las izquierdas democráticas son esenciales para la estabilidad política y el progreso de las sociedades más avanzadas, pero los sectores que se identifican más con elementos desestabilizadores como el populismo o el islamismo por coincidir esencialmente con sus elementos «anti» son un verdadero lastre para sus correligionarios, además de ser profundamente reaccionarios.
Todas las ideologías democráticas son legítimas; las izquierdas despistadas, y en no pocos casos radicalizadas, deben desvincularse de sus coincidencias con estos elementos peligrosos y agresivos, y todas en general deben por fin reconocer que las derechas democráticas son tan legítimas como las izquierdas democráticas. Lamentablemente, las radicalizadas son ya en gran medida irrecuperables. Esta elemental premisa es fundamental para encarar sin lastres ni complejos los problemas más graves a los que se enfrentarán la democracia y la libertad en el siglo XXI, que son los enemigos comunes de todos los demócratas con independencia de su ideología: el terrorismo, el fanatismo que lo inspira, la proliferación de armas de gran capacidad destructiva y el crimen organizado. Rivales y adversarios seremos aliados en las batallas en pro de la libertad que ya no son de futuro: pertenecen a nuestro muy inquietante presente.
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Casado. Dos hijos. Licenciado en Derecho. Diploma de Graduado Superior en Ciencias Jurídicas (ICADE). Funcionario de la Carrera Diplomática. (1989). Segunda Jefatura de la Embajada de España en Trípoli (Libia) de 1991 a 1993. Segunda Jefatura de la Embajada de España en Ammán (Jordania) de 1993 a 1996. Director General del Gabinete del Ministro del Interior de 1996 a 2000. Miembro del Comité Ejecutivo Regional del Partido Popular del País Vasco.
UNA de las características más preocupantes de los momentos más críticos de la historia de la Humanidad, de los puntos de inflexión decisivos, es que se presentan sin avisar, y casi siempre pasan inadvertidos a la mayor parte de sus protagonistas. Tomemos como ejemplo el estallido de la Primera Guerra Mundial, que se hizo inevitable, la carrera armamentística, la estupidez, el nacionalismo exacerbado, y la incapacidad de rectificar. Las ideologías totalitarias a lo largo del siglo pasado lograron anestesiar y amedrentar a la Humanidad para ganar tiempo y margen de maniobra, armarse, conquistar países - en ocasiones sin pegar un tiro, como el Anschluss nazi de Austria-, tratando de presentarse como movimientos pacíficos, deseosos de lograr una paz perpetua y justa, diciendo ser la víctima de conspiraciones malintencionadas, y asegurando que su agresividad era simplemente defensiva. Estos totalitarismos esperaron y siguen esperando, con la paciencia de los depredadores más sanguinarios, a que sus presas confiadas estén a su alcance para darle el tiro de gracia a la libertad. Ésta podría muy bien ser una situación tristemente similar a la que nos encontramos.
Desde los inicios del siglo XXI se vislumbran preocupantes factores de profunda y muy peligrosa inestabilidad, elementos como quizás no habíamos sufrido en los últimos veinte años. Pocas veces la realidad podría llegar a tener unos efectos más perturbadores, disgregadores y destructivos, por la confluencia de algunos de los fenómenos más agresivos y expansivos. Algunos de ellos se han disfrazado exitosamente como pacíficos e inocuos. Otros, por el contrario, no disimulan y son abiertamente hostiles, agresivos, y ya han demostrado su voluntad y capacidad destructora. Entre ellos hay en apariencia poca relación y sin embargo comparten algo fundamental, su anti-occidentalismo, anti-americanismo, anti-globalización, anti-semitismo, anti-cristianismo, además de su mercadofobia. La alianza de los anti es en apariencia endeble, y sin embargo es un eficaz polo de atracción para los movimientos radicales del planeta, que aunque no compartan la totalidad de sus postulados, sí comparten adversarios y enemigos. Los movimientos anti-globalización son una de sus más eficaces plataformas.
El primero de estos elementos peligrosos es el populismo totalitario, represivo, irresponsable, antidemocrático y expansivo que se ha instalado en algunos países de América Latina. El populismo por definición carece de ideología reconocible, su único y verdadero afán es el poder, el dominio, y perpetuarse. Cuando algunos sectores de la izquierda, generalmente los más radicalizados, pero lamentablemente no sólo ellos, aclaman como referente esencial a un personaje vacío doctrinalmente y filofascista en los métodos y en las formas como lo es Hugo Chávez Frías, presidente de Venezuela, es que la sequía ideológica en la izquierda es más grave de lo que los más pesimistas vaticinaron. Chávez es la esperanza blanca del castrismo fracasado, anacrónico y moribundo, que intuye que su continuidad es inviable en la Isla y que sólo es posible a través del presidente venezolano y del MVR (Movimiento 5ª República), su extravagante, radical y heterogéneo movimiento político. Por cierto, que uno de los elementos principales del MVR de Chávez es el PPT (Partido Patria para Todos), uno de los máximos apoyos internacionales de Batasuna, es decir, de ETA. Castro cree que sus tesis podrán por fin dominar el continente a través de Chávez. Además, la gran ventaja de Venezuela es que tiene una muy abundante renta petrolera (que por cierto sólo cubre la mitad del presupuesto venezolano), con la que el caudillo autoproclamado bolivariano financia sin disimulo ni rubor a los movimientos más extremistas del continente, desde el indigenismo boliviano de Evo Morales, escasamente preocupado por la verdadera suerte de los más necesitados de su país, a los piqueteros de Argentina, sin olvidar sus estrechas relaciones con las FARC y el ELN, organizaciones ambas consideradas grupos terroristas por la UE. Por esta y otras razones, el horizonte latinoamericano no puede ser más oscuro e incierto.
El segundo elemento es el islamismo, que en sus versiones no violentas es reivindicado por algunos analistas occidentales como un movimiento reformador y aperturista, e incluso como necesariamente y para ellos positivamente rupturista. No hay conciencia de la diferencia entre Islam político e islamismo, este último ni es ni ha sido ni será nunca moderado. Antonio Elorza ha definido con acierto al islamismo intelectual como islamismo analítico, que trata por todos los medios de presentarse como moderado, víctima de la persecución de Occidente y como corriente legítima de pensamiento, cuando no es otra cosa que la vanguardia del terror, envuelta en las sedas de unas exquisitas maneras que ni pueden ni deben engañarnos. Los máximos representantes de estas corrientes son, entre otros, Tariq Ramadán o el sudanés Hassan Al-Tourabi.
El tercero es la corrección política, la más eficaz censura que se ha conocido en los últimos treinta años. Es un elemento que paraliza y narcotiza a las sociedades democráticas, permitiendo a los elementos más violentos y agresivos ganar terreno. La corrección política nos ha desarmado frente a la agresividad del populismo, de los movimientos anti-globalización y del islamismo militante. Las naciones más avanzadas han abierto sus puertas a una sociedad supuestamente multicultural, que no es otra cosa que una calle de un solo sentido, sin reciprocidad alguna, por mucho que lo trate de dulcificar la progresía de salón. De hecho, confunden a quienes vienen legítimamente en busca de una vida mejor con aquellos que tienen un afán de extender su voracidad de dominio y de opresión a Occidente. Éstos se aprovechan de la buena fe de nuestras sociedades, y la corrección política les abre inmensos espacios de maniobra. La corrección política carga de complejos y paraliza la capacidad de respuesta de las democracias. Un ejemplo triste y lamentable de esto lo constituye el hecho de que una de las escuelas de pensamiento islámico más ultraconservador como la wahabí financia la construcción de mezquitas de su tendencia por todo el mundo, pero no permite la edificación de templos de cualquier otra confesión en Arabia Saudí, aunque sean las monoteístas de «las gentes del libro» reconocidas por el Corán. ¿Cuántas veces no habremos oído a personajes como Evo Morales o Tariq Ramadán reivindicar la que según ellos es una «inmensa deuda» que Occidente tiene para con sus países? ¿Por qué la autocrítica brilla por su ausencia en el populismo y en el islamismo? Simplemente, porque tanto el uno como el otro pertenecen a tendencias en extremo totalitarias.
A todo esto ciertas izquierdas en Occidente, huérfanas ya de todo referente ideológico sólido, han adoptado como adalides a personas que en ningún caso pertenecen a la izquierda tradicional, de una parte un caudillo populista como Hugo Chávez: recibido como un verdadero héroe en el Foro de Sao Paolo, y de otra un centrista liberal como Bill Clinton. Éste es un síntoma de crisis ideológica que debe ser resuelta cuanto antes por el bien de la democracia. Las izquierdas democráticas son esenciales para la estabilidad política y el progreso de las sociedades más avanzadas, pero los sectores que se identifican más con elementos desestabilizadores como el populismo o el islamismo por coincidir esencialmente con sus elementos «anti» son un verdadero lastre para sus correligionarios, además de ser profundamente reaccionarios.
Todas las ideologías democráticas son legítimas; las izquierdas despistadas, y en no pocos casos radicalizadas, deben desvincularse de sus coincidencias con estos elementos peligrosos y agresivos, y todas en general deben por fin reconocer que las derechas democráticas son tan legítimas como las izquierdas democráticas. Lamentablemente, las radicalizadas son ya en gran medida irrecuperables. Esta elemental premisa es fundamental para encarar sin lastres ni complejos los problemas más graves a los que se enfrentarán la democracia y la libertad en el siglo XXI, que son los enemigos comunes de todos los demócratas con independencia de su ideología: el terrorismo, el fanatismo que lo inspira, la proliferación de armas de gran capacidad destructiva y el crimen organizado. Rivales y adversarios seremos aliados en las batallas en pro de la libertad que ya no son de futuro: pertenecen a nuestro muy inquietante presente.
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