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FORO LIBER@L

LA ESTATUA

David GISTAU
Pertenezco a una generación más influida por Homer Simpson y por Zidane, por Corto Maltés y por Bin Laden, que por José Antonio, o la Pasionaria, o aun el Che, todos ellos simples estampas en la enciclopedia, tan pasados como puede estarlo Prim. Una generación que entiende la democracia occidental como su hábitat natural, y no como una excepción o una conquista reciente por la que haya que salir a festejar con globitos una vez al año. Una generación, por lo tanto, que no carga con rencores ni considera la cosa esa de la «memoria histórica» como una razón para tumbarse en el diván del psicoanalista en busca de terapia. Una generación, en suma, enormemente fatigada por la eterna presencia de los espectros guerracivilistas –nuestros fantasmas de Canterville, nuestro «poltergeist» político– en el debate nacional, en una dialéctica de partidos incapaz de renovarse para ingresar por fin en el tiempo actual. Dicho en plata, las batallitas del abuelo son un coñazo, y desde luego no vamos a seguir librándolas nosotros, citados como lo estamos con los desafíos de nuestro propio tiempo, que empieza con la caída del Muro y con los atentados de Manhattan, y emancipados de la galería de retratos de los antepasados.
Ahora hay un intento de conceder importancia en el debate nacional a una estatua de Franco que todavía sobrevive en Madrid. Y que a uno le queda tan ajena, tan lejana, tan pasada como la de Espartero, que ni el interés del tamaño de los huevos del caballo tiene ya, porque creo que se los redujeron o acaso pasé por ahí un día que hacía frío. Que la dejen o que la derriben, esa estatua de Franco, qué más da. Porque la cuestión, al igual que las excavaciones de las fosas o las exigencias periódicas de perdón, no es sino un pretexto para intentar mantener vigente un rencor que no debiera desbordar ya las enciclopedias pero que la dialéctica de los partidos necesita preservar para poder usarlo como arma arrojadiza. Y así, en mi generación se instala la sospecha de que nuestro pensamiento político, sobre todo el de la izquierda, lastrado de anacronismos, incapaz de sustituir por otras las banderas perdidas y las utopías fracasadas, no es capaz de descifrar un tiempo nuevo, el nuestro, el que nos toca sacar adelante.

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