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LA EMERGENTE ALIANZA ANTI SISTEMA

LA EMERGENTE ALIANZA ANTI SISTEMA Nacido el 6 de junio de 1963 en Madrid.Diputado en la legislatura y VIII.
Casado. Dos hijos. Licenciado en Derecho. Diploma de Graduado Superior en Ciencias Jurídicas (ICADE). Funcionario de la Carrera Diplomática. (1989). Segunda Jefatura de la Embajada de España en Trípoli (Libia) de 1991 a 1993. Segunda Jefatura de la Embajada de España en Ammán (Jordania) de 1993 a 1996. Director General del Gabinete del Ministro del Interior de 1996 a 2000. Miembro del Comité Ejecutivo Regional del Partido Popular del País Vasco.


UNA de las características más preocupantes de los momentos más críticos de la historia de la Humanidad, de los puntos de inflexión decisivos, es que se presentan sin avisar, y casi siempre pasan inadvertidos a la mayor parte de sus protagonistas. Tomemos como ejemplo el estallido de la Primera Guerra Mundial, que se hizo inevitable, la carrera armamentística, la estupidez, el nacionalismo exacerbado, y la incapacidad de rectificar. Las ideologías totalitarias a lo largo del siglo pasado lograron anestesiar y amedrentar a la Humanidad para ganar tiempo y margen de maniobra, armarse, conquistar países - en ocasiones sin pegar un tiro, como el Anschluss nazi de Austria-, tratando de presentarse como movimientos pacíficos, deseosos de lograr una paz perpetua y justa, diciendo ser la víctima de conspiraciones malintencionadas, y asegurando que su agresividad era simplemente defensiva. Estos totalitarismos esperaron y siguen esperando, con la paciencia de los depredadores más sanguinarios, a que sus presas confiadas estén a su alcance para darle el tiro de gracia a la libertad. Ésta podría muy bien ser una situación tristemente similar a la que nos encontramos.

Desde los inicios del siglo XXI se vislumbran preocupantes factores de profunda y muy peligrosa inestabilidad, elementos como quizás no habíamos sufrido en los últimos veinte años. Pocas veces la realidad podría llegar a tener unos efectos más perturbadores, disgregadores y destructivos, por la confluencia de algunos de los fenómenos más agresivos y expansivos. Algunos de ellos se han disfrazado exitosamente como pacíficos e inocuos. Otros, por el contrario, no disimulan y son abiertamente hostiles, agresivos, y ya han demostrado su voluntad y capacidad destructora. Entre ellos hay en apariencia poca relación y sin embargo comparten algo fundamental, su anti-occidentalismo, anti-americanismo, anti-globalización, anti-semitismo, anti-cristianismo, además de su mercadofobia. La alianza de los anti es en apariencia endeble, y sin embargo es un eficaz polo de atracción para los movimientos radicales del planeta, que aunque no compartan la totalidad de sus postulados, sí comparten adversarios y enemigos. Los movimientos anti-globalización son una de sus más eficaces plataformas.

El primero de estos elementos peligrosos es el populismo totalitario, represivo, irresponsable, antidemocrático y expansivo que se ha instalado en algunos países de América Latina. El populismo por definición carece de ideología reconocible, su único y verdadero afán es el poder, el dominio, y perpetuarse. Cuando algunos sectores de la izquierda, generalmente los más radicalizados, pero lamentablemente no sólo ellos, aclaman como referente esencial a un personaje vacío doctrinalmente y filofascista en los métodos y en las formas como lo es Hugo Chávez Frías, presidente de Venezuela, es que la sequía ideológica en la izquierda es más grave de lo que los más pesimistas vaticinaron. Chávez es la esperanza blanca del castrismo fracasado, anacrónico y moribundo, que intuye que su continuidad es inviable en la Isla y que sólo es posible a través del presidente venezolano y del MVR (Movimiento 5ª República), su extravagante, radical y heterogéneo movimiento político. Por cierto, que uno de los elementos principales del MVR de Chávez es el PPT (Partido Patria para Todos), uno de los máximos apoyos internacionales de Batasuna, es decir, de ETA. Castro cree que sus tesis podrán por fin dominar el continente a través de Chávez. Además, la gran ventaja de Venezuela es que tiene una muy abundante renta petrolera (que por cierto sólo cubre la mitad del presupuesto venezolano), con la que el caudillo autoproclamado bolivariano financia sin disimulo ni rubor a los movimientos más extremistas del continente, desde el indigenismo boliviano de Evo Morales, escasamente preocupado por la verdadera suerte de los más necesitados de su país, a los piqueteros de Argentina, sin olvidar sus estrechas relaciones con las FARC y el ELN, organizaciones ambas consideradas grupos terroristas por la UE. Por esta y otras razones, el horizonte latinoamericano no puede ser más oscuro e incierto.

El segundo elemento es el islamismo, que en sus versiones no violentas es reivindicado por algunos analistas occidentales como un movimiento reformador y aperturista, e incluso como necesariamente y para ellos positivamente rupturista. No hay conciencia de la diferencia entre Islam político e islamismo, este último ni es ni ha sido ni será nunca moderado. Antonio Elorza ha definido con acierto al islamismo intelectual como islamismo analítico, que trata por todos los medios de presentarse como moderado, víctima de la persecución de Occidente y como corriente legítima de pensamiento, cuando no es otra cosa que la vanguardia del terror, envuelta en las sedas de unas exquisitas maneras que ni pueden ni deben engañarnos. Los máximos representantes de estas corrientes son, entre otros, Tariq Ramadán o el sudanés Hassan Al-Tourabi.

El tercero es la corrección política, la más eficaz censura que se ha conocido en los últimos treinta años. Es un elemento que paraliza y narcotiza a las sociedades democráticas, permitiendo a los elementos más violentos y agresivos ganar terreno. La corrección política nos ha desarmado frente a la agresividad del populismo, de los movimientos anti-globalización y del islamismo militante. Las naciones más avanzadas han abierto sus puertas a una sociedad supuestamente multicultural, que no es otra cosa que una calle de un solo sentido, sin reciprocidad alguna, por mucho que lo trate de dulcificar la progresía de salón. De hecho, confunden a quienes vienen legítimamente en busca de una vida mejor con aquellos que tienen un afán de extender su voracidad de dominio y de opresión a Occidente. Éstos se aprovechan de la buena fe de nuestras sociedades, y la corrección política les abre inmensos espacios de maniobra. La corrección política carga de complejos y paraliza la capacidad de respuesta de las democracias. Un ejemplo triste y lamentable de esto lo constituye el hecho de que una de las escuelas de pensamiento islámico más ultraconservador como la wahabí financia la construcción de mezquitas de su tendencia por todo el mundo, pero no permite la edificación de templos de cualquier otra confesión en Arabia Saudí, aunque sean las monoteístas de «las gentes del libro» reconocidas por el Corán. ¿Cuántas veces no habremos oído a personajes como Evo Morales o Tariq Ramadán reivindicar la que según ellos es una «inmensa deuda» que Occidente tiene para con sus países? ¿Por qué la autocrítica brilla por su ausencia en el populismo y en el islamismo? Simplemente, porque tanto el uno como el otro pertenecen a tendencias en extremo totalitarias.

A todo esto ciertas izquierdas en Occidente, huérfanas ya de todo referente ideológico sólido, han adoptado como adalides a personas que en ningún caso pertenecen a la izquierda tradicional, de una parte un caudillo populista como Hugo Chávez: recibido como un verdadero héroe en el Foro de Sao Paolo, y de otra un centrista liberal como Bill Clinton. Éste es un síntoma de crisis ideológica que debe ser resuelta cuanto antes por el bien de la democracia. Las izquierdas democráticas son esenciales para la estabilidad política y el progreso de las sociedades más avanzadas, pero los sectores que se identifican más con elementos desestabilizadores como el populismo o el islamismo por coincidir esencialmente con sus elementos «anti» son un verdadero lastre para sus correligionarios, además de ser profundamente reaccionarios.

Todas las ideologías democráticas son legítimas; las izquierdas despistadas, y en no pocos casos radicalizadas, deben desvincularse de sus coincidencias con estos elementos peligrosos y agresivos, y todas en general deben por fin reconocer que las derechas democráticas son tan legítimas como las izquierdas democráticas. Lamentablemente, las radicalizadas son ya en gran medida irrecuperables. Esta elemental premisa es fundamental para encarar sin lastres ni complejos los problemas más graves a los que se enfrentarán la democracia y la libertad en el siglo XXI, que son los enemigos comunes de todos los demócratas con independencia de su ideología: el terrorismo, el fanatismo que lo inspira, la proliferación de armas de gran capacidad destructiva y el crimen organizado. Rivales y adversarios seremos aliados en las batallas en pro de la libertad que ya no son de futuro: pertenecen a nuestro muy inquietante presente.

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MANIFIESTO DE UN TRAIDOR A LA PATRIA

MANIFIESTO DE UN TRAIDOR A LA PATRIA Confieso que mientras no los conocí, yo fui unos de ellos. Aboné su terreno con mi propia ignorancia. Llegué a creer fanáticamente en la versión victimista de la historia que habían elaborado otros ignorantes como yo, aunque ellos con mayores atenuantes, ya que trabajaban con intereses a plazo fijo.
En ciertos momentos, estuve también deseoso de pasar cuentas con el enemigo natural de Cataluña. Incluso aproveché alguna oportunidad para ello. Un día, puse sobre el escenario un puñado de miembros de la Benemérita metamorfoseados en gallinas y descansando en las barras de su morada avícola.

Obviamente, la juerga invadió la sala. Así, exhibiéndolos para mofa y befa del respetable me sentía compensado de tantos supuestos agravios ¿A ver quien nos devolvía la vida del president fusilado? ¿Y la tortura y la cárcel de Pujol? ¿Y la persecución de nuestra lengua? ¿Y el maldito Felipe V? ¿Y la prohibición de participar en el botín de las Américas? ¿Y el contubernio de Caspe?

Si todo resultaba tan claro y la razón estaba de nuestro lado ¿Quién me mandaba desertar del lugar que me pertenecía por historia, por territorio, por sentimiento e incluso por raza? ¿Cómo pude abandonar aquel calor incestuoso de la tribu? ¡Y pensar que ahora podría estar de ministro de cultura en el tripartito...!

Con el tiempo he llegado a la conclusión de que solo una auténtica nimiedad fue la causa que arruinó mi brillante futuro tribal.Francamente, se me hacía difícil soportar de mis conciudadanos esta mueca que hacen con los labios y que pretende dibujar una sonrisa cómplice entre la elite patriótica.

Las sonrisas, en esta latitud del Mediterráneo norte no han sido nunca sonrisas relajadas y espontáneas; analizándolas con cierto detalle, da la sensación que mientras se mueve la boca se aprieta el culo. Pero aquellas sonrisitas condescendientes (máxima expresión del hecho diferencial) aquellos guiños de etnia superior, ciertamente, tuvieron la virtud de exasperarme. Son muecas crípticas, reservadas solo a los que ostentan el privilegio de pertenecer al meollo del asunto. Se trata, de una contraseña indicativa de los preconcebidos nacionales y que también, obviamente, compromete al mantenimiento de la omertá general.

Estas sonrisitas, ahora triunfantes, pueden encontrarse hoy al por mayor, y muy bien remuneradas, en las tertulias de la tele Autonómica. Aunque tampoco hay que mitificar sus contenidos.Acceder al código está al alcance de todos, es algo así como:

«Je, je, queda claro que no tenemos nada que ver con ellos, je, je, nosotros somos dialogantes, pacifistas, y naturalmente, más cultos, je, je, je, más sensatos, más honrados, más higiénicos, más modernos, je, je, si no hemos llegado mas lejos, je, je, ya sabemos quienes son los culpables, je, je, je».

También parece lógico que ganándome la vida sobre la escena, fuera precisamente un detalle expresivo el detonante capaz de conducirme hacia otra óptica del tema ¡Pero que sensación de ridículo cuando uno descubre que sin enterarse había estado trabajando gratuitamente para la Cosa Nostra!

Un día, a finales de los años 60, tuve que ir precisamente al templo económico de la Cosa Nostra camuflado entonces bajo el reclamo de Banca Catalana. Intentaba aplazar una obsesiva letra que gravitaba sobre el precario presupuesto de Els Joglars. Miseria naturalmente. Allí, me rebotaban de un despacho a otro, hasta que quizá convencidos de que también nos movíamos en el meollo de la cosa se dignaron acompañarme a la tercera planta donde estaba la madriguera del Padrone Signore Jordi.

Apareció entonces un milhombres bajito y cabezudo, cuyas maneras taimadas culminaban en la más genuina sonrisita diferencial.Parecía todo un profesional de la condescendencia y la mueca críptica. Sin mayores preámbulos, acercó su enorme testa al dictáfono, y pasando de todo recato, ordenó a su secretaria que le trajera el «dossier Joglars». ¡Me quedé petrificado! Media docena de titiriteros dedicados entonces a la pantomima, cuyo único capital consistía en nuestros pantys negros, merecíamos todo un dossier.El asunto se ponía emocionante. ¡Nos tenían bajo control!

Lamentablemente, no tuve tiempo de imaginarme demasiadas fantasías sobre el sofisticado espionaje, porque mientras aquel cofrade catalán del doctor No simulaba examinar atentamente el dossier, uno de sus incontrolados tics hizo resbalar sobre la mesa la totalidad del contenido. Eran dos recortes de prensa sobre nuestras actuaciones mímicas en un barrio de Barcelona. Nada más. Ya jugaban a ser nación con servicio secreto incluido.

Automáticamente, comprendí la magnitud de la tragedia, y algún tiempo más tarde, acabé constatándola cuando aquel notable bonsai del dossier, fue elegido hechicero de la tribu después de atracar el Banco, y endosar el marrón a los enemigos naturales de la patria.

¡Esta era la contraseña esperada por el país! La ejemplar hazaña cundió por todos los rincones, y bajo el lema: «Ara es l'hora catalans», que en cristiano viene a ser: «Maricón el último», los elegidos se lanzaron sin piedad al asalto del erario publico, con un éxito sin precedentes.

Ciertamente, es poco agradable pernoctar cada día en un territorio en el que te sientes cada vez más autoexcluido. Cuando no se tienen recursos suficientes para ser emigrante en la Toscana, quizá lo más sensato, sería pedirle asilo a Rodríguez Ibarra o Esperanza Aguirre. Porque de seguir aquí, al margen de la cosa uno debe imponerse terapias de distanciamiento, de oxigenación, de sarcasmo, de mucho vino, de gritos desaforados en la ducha...en fin, es necesario crear una estrategia de choque para no preguntarse constantemente si vale la pena interpretar el ridículo papel de Pepito Grillo.

En cierta manera los envidio. Debe ser formidable, escuchar diariamente el vocablo «Cataluña» 10, 20, 30.000 veces en los medios provinciales, y en vez de ponerse histérico blasfemando sobre la puta endogamia nacionalista, uno pueda seguir pensando que esta Cataluña a la que se refieren, es la tierra prometida.

Es admirable ser un poder fáctico con el prestigio de los perseguidos.Ser gobierno y oposición a la vez. Es fantástico, ostentar el título de Honorable por ser el más hábil encubriendo expolios.Ser nacionalista y además de izquierdas. Ser... tan... tan humanista-progresista-pacifista que cuando te asesinan a tu padre, como el pobre Lluch, al día siguiente, pides diálogo con los criminales ¡Eso ya es la leche de la exquisitez!

No digamos ya ser del Barça, ser de Esquerra Republicana, ser Cruz de Sant Jordi y reclamar el Archivo de Salamanca... Bueno, y oficializar manchas catalanas y ser Tapies ¡Eso ya es el sumum!

O sea, que vivir en este país y pertenecer a la cosa nostra es lo más cercano a la virtualidad del Nirvana. No tiene riesgo alguno y además, es tan fácil, que hasta los recién llegados en patera se enteran rápidamente de qué va el asunto aquí. Por eso, en mis momentos bajos, sigo preguntándome: ¿Cómo pude ser tan insensato de autoexcluirme del festín? ¡Y todo por una puñetera sonrisa étnica!

Albert Boadella es director de la compañía Els Joglars. El año pasado rechazó la Creu de Sant Jordi que le fue ofrecida por la Generalitat catalana.

DOS VISIONES

Presentamos dos artículos, uno de Juan Manuel de Prada, valiente e inteligente periodista y aportando la otra vision a Mario Vargas Llosa.



LAS IDEAS DE LA IGLESIA Por Juan Manuel de Prada

ESCRIBÍA Chesterton que el catolicismo es «la única religión que libera al hombre de la degradante esclavitud de ser un hijo de nuestro tiempo». Quienes acusan a la Iglesia de no acomodarse a los tiempos no entienden que ser católico consiste, precisamente, en oponerse a la mentalidad dominante, en conquistar un ámbito de fortaleza y libertad interior que, impulsado por la fe, permita nadar a contracorriente. Se repite machaconamente que la Iglesia es una enemiga de las ideas nuevas; machaconamente se la tilda de «carca», «casposa» y otras lindezas limítrofes. Un análisis serio de la Historia nos enseña, sin embargo, que los católicos se han caracterizado siempre por brindar ideas nuevas; y que, por sostener tales ideas, han padecido incomprensiones sin cuento. Cuando San Pablo, y con él las primeras comunidades de cristianos, se oponían a la esclavitud no estaban, precisamente, «acomodándose a los tiempos». Chesterton destaca que los católicos siempre han vindicado ideas nuevas «cuando eran realmente nuevas, demasiado nuevas para hallar apoyos entre las gentes de su época». Así, por ejemplo, el jesuita Francisco Suárez elaboró una lucida teoría sobre la democracia doscientos años antes de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y de la Revolución Francesa; pero, desgraciadamente, aquella teoría fue formulada con dos siglos de adelanto, en una época en que los monarcas fundaban su tiranía sobre un inexistente Derecho Divino. Los ejemplos podrían multiplicarse hasta el infinito. Cuando, en nuestros días, se caricaturiza a la Iglesia como una enemiga de las ideas nuevas se quiere decir, en realidad, que es -cito de nuevo al autor de El hombre que fue jueves- «enemiga de muchas modas influyentes y gregariamente aceptadas, muchas de las cuales se pretenden novedosas, aunque en su mayoría estén empezando a ser un pequeño fósil. La Iglesia se opone con frecuencia a las modas perecederas de este mundo; y lo hace basándose en una experiencia suficiente para saber cuán rápidamente perecen . Nueve de cada diez de las llamadas «nuevas ideas» no son sino viejos errores. La Iglesia Católica cuenta entre sus obligaciones principales con la de prevenir a la gente de incurrir otra vez en esos viejos errores No existe ningún otro caso de continuidad de la inteligencia parangonable al de la Iglesia, pues su labor ha consistido en «pensar sobre el pensamiento» durante dos mil años. De ahí que su experiencia cubra casi todas las experiencias; y, en especial, casi todos los errores».

Las palabras de Chesterton resuenan hoy con una renovada clarividencia. El error principal de nuestra época se resume en una forma deshumanizada de hedonismo que niega la intrínseca dignidad de la vida; así, se han fomentado prácticas aberrantes, como el aborto, que hoy son cobardemente aceptadas, pero que dentro de doscientos años provocarán el horror y la vergüenza de las generaciones venideras. La idea de defensa de la vida, que los apacentadores del rebaño tachan de vieja, es rabiosamente nueva; vindicarla es un modo -incómodo, por supuesto, pero por ello más excitante- de nadar a contracorriente. Naturalmente, los apacentadores del rebaño procurarán siempre soslayar el debate de las ideas, sustituyéndolo por un ofrecimiento indiscriminado de «modas influyentes» y perecederas. Frente a polémicas profilácticas con fecha de caducidad que no alcanzan el rango de verdaderas ideas, la Iglesia propone una visión humanista del sexo, encauzado por la responsabilidad y no reducido a un mero ejercicio lúdico, trivial y, a la postre, autista. Defender esta idea nueva condena a la soledad y el ostracismo; es el precio -y el premio- que acarrea liberarse de la «degradante esclavitud de ser hijos de nuestro tiempo».

VARIACIONES SOBRE EL CONDÓN Por Mario Vargas Llosa


Lo que parecía un paso de la Iglesia católica con la bota de siete leguas del gigante del cuento para salir de la caverna y adaptarse a la modernidad ha quedado en agua de borrajas. La declaración de la Conferencia Episcopal Española, transmitida el 18 de enero por su portavoz y secretario general, el padre Juan Antonio Martínez Camino, según la cual el uso de preservativos estaría autorizado a los creyentes en el "contexto de una prevención integral y global del sida", fue rectificada al día siguiente por la autoridad pontificia. El obispo José Luis Redrado Marchite, secretario del Consejo Pontificio para la Salud del Vaticano, recordó en Roma que el condón "es un medio que la Iglesia católica condena" y, poco después de recibir ese jalón de orejas, el propio monseñor Martínez Camino daba marcha atrás, afirmando en un comunicado que el empleo del condón sigue siendo, a juicio de la Iglesia, "inmoral".

Parecía cuando menos difícil, para no decir imposible, que la jerarquía católica de España, la más ortodoxa y leal a Roma, pudiera haberse atrevido a formular una toma de posición de esta índole, sin la anuencia, o por lo menos el conocimiento previo, de las altas instancias vaticanas. ¿Fiel a su proverbial astucia, lanzó la Iglesia un globo de ensayo a partir de la complicada España de nuestros días para el catolicismo -donde un Gobierno socialista con amplio apoyo de la opinión pública aprueba los matrimonios gay, reduce o anula los cursos de religión y promueve campañas a favor del sexo seguro- a favor de un aggiornamiento en una materia en la que su posición intransigente le acarrea más críticas y la aleja más de la realidad contemporánea, sólo para dar un paso atrás al advertir la conmoción que aquel anuncio causó en sus estratos más graníticos?

De todos modos, en su declaración a la prensa, el precavido portavoz de la Conferencia Episcopal había dado a entender, de manera un tanto anfibológica, que no se trataba de un cambio radical de la postura de la Iglesia sobre el control de la natalidad por métodos artificiales, sino, más bien, de algo parecido a una licencia provisional y circunscrita, determinada por la gravísima emergencia que constituye la diseminación del sida en ciertas regiones del mundo, sobre todo en África. Y, citando un número reciente de la prestigiosa revista médica inglesa The Lancet, añadió que la Iglesia coincidía con la estrategia propuesta por esta publicación para combatir el sida combinando el uso de preservativos con la abstinencia sexual y la fidelidad conyugal. ¿Qué pasó exactamente? Ya se sabrá. Lo único que debe descartarse es una simple metida de pata de monseñor Martínez Camino, cura inteligente y astuto si los hay para resbalar de esa manera, y quien, sin duda, no ha sido más que un chivo emisario sacrificado en una operación de alto vuelo que falló.

Sea como sea, y pese a la rectificación, hay que ver en este pequeño amago una resquebrajadura en la sólida muralla de la intolerancia vaticana por la que, más pronto que tarde, acabará por desmoronarse su resistencia feroz a admitir que el transparente e incómodo preservativo intervenga en la vida de la pareja a la hora de hacer el amor y libere a los cónyuges, además del riesgo de contagio de una enfermedad, de una gestación no querida. Porque éste es el fondo del problema. Para la Iglesia, el acto sexual no tiene ni puede tener otro objetivo que fecundar a la madre y traer a este valle de lágrimas nuevas almas que sirvan al Señor. La perpetuación de la especie, el mantenimiento de la vida humana, es lo que santifica a la familia y justifica el acto del amor.

La sola idea de placer ha sido siempre motivo de recelo para la moral católica, y de escándalo y abominación si se trata específicamente de placer carnal. El goce de la pareja sólo es admisible, dentro del matrimonio, como consecuencia no buscada de la razón primera y única del encuentro amoroso: la procreación. Desaparecida esta razón por injerencia del discreto capuchón de plástico, o, en el caso de la mujer, de la T de cobre, los parches anticonceptivos o el anillo vaginal, el acto sexual pierde todo asomo de espiritualidad, deja de ser una acción de servicio a favor de la vida, y se convierte en refocilo animal, mera satisfacción de los bajos instintos y rendición a lo más material y sucio de lo humano. Hacer el amor por el mero deseo de gozar, es fornicar, sucumbir a la concupiscencia, pecar.

Esta concepción de la vida sexual, contrapartida inseparable del culto a la virginidad y a la castidad como virtudes supremas de la conducta humana, tan poco realista, y, en nuestro tiempo, en entredicho tan estruendoso con la liberación de las costumbres y de los parámetros morales reinantes en los países modernos, ha alejado de la Iglesia católica a millones de hombres y mujeres y ha ido convirtiendo la adhesión de un gran número de creyentes a la institución en una hipócrita representación de circunstancias, desprovista de contenido y convicción, en la que las prohibiciones de esta índole son poco menos que universalmente desobedecidas por los creyentes, aunque vayan a misa los domingos y se casen y entierren según los ritos católicos.

No es de extrañar que la cuidadosa y rápida alusión del portavoz de la Conferencia Episcopal española a la posibilidad de autorizar el uso de preservativos para combatir el sida haya provocado nerviosismo y cólera en las intimidades del Vaticano y precipitado un desmentido. Porque en el momento mismo en que se resigne a tolerar la presencia de aquel adminículo en la intimidad sexual, la Iglesia se verá obligada a reconocer esta verdad que siempre ha negado (pero que todos los católicos conocen de sobra): que la incitación primordial para hacer el amor, desde los apareamientos de la caverna primitiva hasta los sofisticados debates amorosos de la permisiva sociedad moderna, en todos los seres humanos sin excepción, ha sido la búsqueda del placer y no la fabricación de descendientes. Cuando el ser humano descubrió que había una relación de causa a efecto entre la cópula y el embarazo habían pasado muchos siglos que las parejas llevaban haciendo el amor y no existe, ni ha existido nunca, espécimen humano capaz de experimentar una erección y producir un orgasmo inflamado sólo por la evangélica idea de fecundar a su cónyuge y engordar con nuevos cachorros a la humana grey.

El rechazo sistemático de la Iglesia a admitir que la búsqueda del placer en el ámbito sexuales una legítima aspiración del ser humano y una de las predisposiciones de su naturaleza, contrasta con la tolerancia que siempre ha mostrado con las debilidades de hombres y mujeres (de aquéllos sobre todo, con éstas ha sido siempre mucho más severa) en otros campos, como los placeres de la mesa, el apetito de poder, de riquezas, de lujo y de dominio, entre otros, y a pasar por alto, en muchas épocas de la historia, abusos y desafueros a veces enormes de tiranos y sátrapas que obtenían su bendición. Pese, y acaso como consecuencia de, esa abjuración y horror del sexo y el placer carnal que ha mantenido, su historia se ha visto plagada de caídas en la tentación tan satanizada y combatida, al extremo de que, paradójicamente, la Iglesia católica sea tal vez la materia prima que más ha enriquecido con sus ceremonias, escenarios, atuendos, príncipes, pontífices, mitrados y pastores a disparar la imaginación erótica -no hay pornografía ni erotismo dignos de ese nombre sin hábitos y conventos- y la institución religiosa que protagoniza, hasta nuestros días, los más sonados escándalos sexuales que registra la historia de las religiones en actividad.

Tengo la convicción absoluta de que el condón y sus equivalentes acabarán por ganar la aquiescencia de la milenaria institución y profetizo que el desenlace de esta antigua guerra ocurrirá en un futuro más bien próximo. Veo en este confuso episodio sucedido en estos días en España el vislumbre anticipatorio de la gran revolución, en la que el Vaticano bendecirá el condón como terminó, a regañadientes al principio, por bendecir la democracia, la libertad, el mercado, que antes anatematizaba en nombre de la fe. El anacronismo que representa la doctrina de la Iglesia católica en materia sexual es tan absoluto en nuestros días que, si Roma no cede y se adapta a la realidad, como le piden tantos católicos convictos y confesos, y como lo ha hecho en tantos otros campos, corre el riesgo de verse poco menos que acorralada y marginada como una reliquia vetusta por otras iglesias, las aguerridas, incansables y aburridas iglesias evangélicas por ejemplo, que de un tiempo a esta parte vienen arrebatándole la adhesión de los sectores más empobrecidos del Tercer Mundo.

Conviene que lo haga y que se adapte a su tiempo, porque nada bueno sobrevendría a la humanidad si, por valetudinaria y reacia al progreso, la Iglesia católica terminara siendo un cascarón vacío, sin audiencia. La religión es importante para encausar la ansiedad y el desasosiego que produce a los seres humanos su condición mortal, su incertidumbre y su miedo frente al más allá, y para embridar aquellos instintos que, dejados en libertad, provocarían hecatombes y podrían retrocedernos a las formas más primitivas de la barbarie, como escribió Georges Bataille. Sólo una minoría de seres humanos puede vivir sin religión, suplantándola por la cultura. Para el común de los mortales, además, la moral sólo es comprensible, admisible y practicable encarnada en los preceptos de la religión. Pero, para poder seguir existiendo como esa fuerza viva y operante que fue en tantos momentos del pasado, cuando representó un progreso intelectual, político, científico y moral sobre los cultos y religiones de la antigüedad, o en la Edad Media, cuando fue prácticamente la sola institución capaz de aglutinar y dotar de un sentido y un orden a una comunidad estremecida por el miedo, la confusión y las guerras, la religión necesita adaptarse a las realidades de la vida y no exigir a sus adeptos lo imposible. ¿Acaso la supervivencia de la Iglesia católica no vale un condón?

UN MAR DE MEDIOCRIDAD

UN MAR DE MEDIOCRIDAD Xavier Sala-i-Martin es un economista catalán. Licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad Autónoma de Barcelona en 1985, obtuvo el doctorado por la de Harvard en 1990. Desde 1996 es catedrático (full professor) de Economía en la Columbia University y profesor visitante de la Universidad Pompeu Fabra (Barcelona). Ha sido profesor también en Yale (1990-1996). Describe en este artículo la educación en España.

3, 2, 1… Empieza la última prueba de estas olimpiadas: ¡la maratón! Los corredores ponen en marcha sus cronómetros de muñeca y empiezan a mover lentamente las piernas en dirección al estadio olímpico. Súbitamente, el representante español (parece que lleva boina) sale
disparado, corriendo como si estuviera loco, y deja muy atrás a todos sus adversarios. A los 100 metros cae al suelo, destrozado y exhausto, y abandona la prueba. Se abraza jubiloso con su manager porque, aunque no han ganado la carrera, han conseguido el objetivo para el que
entrenaron durante cuatro años: ¡salir por la tele liderando el pelotón a los 100 metros!

Me ha venido esta imagen a la cabeza después de las muchas críticas que nuestras escuelas, profesores y estudiantes han recibido a raíz del informe del PISA que evalúa la capacidad matemática, de lectura y de resolución de ejercicios de miles de jóvenes de países de la OCDE.
El problema, dicen, es que nuestros niños no quedan demasiado bien.
Lejos de representar un fracaso, yo interpreto los resultados como un éxito espectacular: nuestros estudiantes y educadores han conseguido exactamente lo que los legisladores, hechizados por el papanatismo progre que invadió España durante los ochenta, buscaban con la Ley Orgánica General del Sistema Educativo (LOGSE). Como el cómico corredor descrito en la cabecera, la LOGSE no ha servido para ganar la carrera importante, pero ha conseguido los absurdos objetivos que buscaba.

Nuestros líderes políticos quisieron un sistema en el que los niños más listos o más trabajadores no destacaran por encima de los demás – supongo que para no herir sensibilidades con injustos agravios comparativos- y eso es exactamente lo que se ha conseguido: un sistema
educativo en el que todos los niños son igual… de mediocres. Cuando se busca simultáneamente la educación universal y la igualdad de resultados, se consigue la homogeneización a la baja. ¡Si! Es cierto que debemos garantizar la escolarización para todos. Pero no al precio
de bajar niveles e impedir que los más brillantes destaquen, progresen o sobresalgan. El fracaso escolar es malo, pero el fracaso del sistema escolar es todavía peor.

Nuestros legisladores quisieron que los niños no tuvieran que pasar por esos supuestos traumas llamados exámenes y evaluaciones y eso es lo que tenemos: niños incapaces de aprobar exámenes… y por eso quedan de los últimos en los ránkings internacionales. Las evaluaciones deben ser una parte importante de la educación. Primero, porque sirven para ver si el niño aprende lo que se le enseña. Segundo, y más importante, porque el sistema educativo debe preparar para el futuro, un futuro que, nos guste o no, ¡estará lleno de exámenes! En el mundo de evolución constante en que vivimos, los jóvenes tendrán que cambiar de trabajo en infinidad de ocasiones y cada una de ellas representará un exhaustivo examen de sus capacidades y conocimientos. No sólo no ayudamos a nuestros niños a prepararse para ello sino que hacemos exactamente lo contrario.

Nuestros representantes quisieron que el aprendizaje estuviera ligado al juego, a la diversión y a la falta de esfuerzo y que se eximiera a los niños de toda responsabilidad… y eso es exactamente lo que hemos obtenido: niños irresponsables, incapaces de hacer algún esfuerzo que no tenga gratificación inmediata y que no dominan herramientas tan esenciales para ir por el mundo como las matemáticas o la lectura. Un buen sistema educativo debe enseñar que la vida no es una gran casa de Gran Hermano donde analfabetos y vagos pueden ganar fama y dinero sin trabajar, esperando simplemente que se produzca un golpe de suerte.
Los niños deben aprender que, en la vida real, no se pasa de curso sin hacer un esfuerzo.

Todo esto es lo que han querido los políticos y todo esto es lo que han conseguido. El problema es que, ahora que cada vez es más patente que los maestros y los estudiantes hacen exactamente lo que les encargaron los que diseñaron la LOGSE, resulta que los responsables de
aquella patraña sacan pelotas fuera y culpan a las televisiones, al profesorado, a las propias familias o incluso a las consolas Nintendo. Y no sólo eso: muchos tienen la cara dura de pedir un ¡aumento del gasto público en educación!

Pero no, señoras y señores ministros, consellers, parlamentarios, senadores y demás comensales del erario público: nuestra educación tiene un grave problema, y su solución no pasa por dilapidar más dinero en un sistema que no funciona. La solución pasa, primero y ante
todo, por que ustedes se den cuenta de que los experimentos progresistas con los que han castigado a toda una generación de chavales inocentes han sido un ostentoso fracaso. Una vez admitida la derrota, dense cuenta de que el verdadero progreso sólo se puede alcanzar con una educación que permita a las futuras generaciones vivir con garantías en el mundo real y no en el país de las maravillas que dibujan las escuelas lúdico-sostenibles. Acepten que la verdadera justicia requiere que todos los ciudadanos tengan garantizado poder
correr y empezar la carrera en igualdad de condiciones. La justicia no consiste en que todos lleguen a la meta al unísono y en que todos tengan medalla aunque no se la merezcan. Y finalmente, percátense de que la vida es una maratón y que si ustedes insisten en seguir
preparándonos para los 100 metros, no sólo seguirán siendo ustedes unos irresponsables, sino que seguirán condenando a nuestros jóvenes a seguir sumergidos en un mar de mediocridad.

© Xavier Sala-i-Martín, 2005

CARTA ABIERTA AL REY

El sábado pasado, el diario El País publicó en sus páginas de Opinión la siguiente Carta al Director firmada por Rosa Díez, diputada socialista en el Parlamento Europeo, titulada "Carta abierta al Rey".

Ruego disculpe su majestad mi atrevimiento al dirigirle esta carta pública. He reflexionado sobre la conveniencia de introducirla en un sobre y hacérsela llegar discretamente, e incluso he llegado a considerar que de haberlo hecho así la receptividad de su majestad ante mis palabras hubiera sido mayor. Pero, a pesar del riesgo que corro utilizando este método público, he tomado esta opción.

Verá, señor, quisiera explicarle bien el porqué de mi reacción y el porqué de estas líneas. Para nosotros, la figura del Rey, en su calidad de jefe del Estado español, representa aquello por lo que venimos luchando en el País Vasco. Su majestad es, en última
instancia, quien nos asegura que el Estado protegerá nuestros derechos como ciudadanos vascos y españoles. Por eso mismo esa imagen de su majestad con el señor Ibarretxe nos produce tan alto desasosiego.

Sabemos que el lehendakari es, por el hecho de presidir el Gobierno autonómico, el representante ordinario del Estado en el País Vasco. Entendemos que su majestad está "obligado" a compartir mesa presidencial y a intercambiar con él saludo cortés. Es el abrazo caluroso y la risa complaciente de su majestad lo que nos desconcierta. Porque, verá, majestad, el señor Ibarretxe, para nosotros, para nuestra retina y para nuestra memoria -y yo creía que también para la suya-, es algo más que el representante institucional
del Estado español en nuestra comunidad autónoma.

Es ese hombre que, una vez más y ésta ante usted, olvida mencionar a tantos amigos y compañeros que han sido asesinados por defender la libertad y el Estado de derecho, pero lamenta ostentosamente la ausencia en los ayuntamientos de quienes han sido cómplices de los
crímenes. Ese hombre a quien su majestad se abraza es también el que abandonó por la puerta de atrás la iglesia en la que se celebraba el funeral de Fernando Buesa.

Ese hombre es el que "se organizó" una manifestación para que sus fieles le jalearan, en vez de acompañar a la viuda e hijos del portavoz y diputado socialista asesinado. Ese hombre es el que salió elegido lehendakari en el 1998 con los votos de Josu Ternera y los suyos, firmó con los cómplices de ETA una mayoría en el Parlamento Vasco en cumplimiento del Pacto de Lizarra.

Un pacto, le recuerdo, majestad, que fue suscrito para excluir a quienes no somos nacionalistas. Ese hombre no rompió ese pacto cuando asesinaron en enero del 2000 al teniente coronel Blanco. Ni el mismo día de febrero en que asesinaron a Fernando Buesa y a su escolta
Jorge Díez. Ese hombre apoyó a Josu Ternera como miembro de la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento Vasco.

Ese hombre ha despreciado reiteradamente la memoria de las víctimas, las ha querido acallar, se ha resistido a recibirlas, a reconocerles un espacio público. Paralelamente, subvenciona a los presos terroristas y a sus familias.

Ese hombre impulsa un plan -lo hizo también ante su majestad-, que es inconstitucional y antidemocrático, que tiene como objetivo institucionalizar la diferencia de derechos entre ciudadanos vascos. Ese hombre, majestad, utiliza la institución que preside para
combatir y debilitar la democracia.

Majestad, todo eso y mucho más forma parte de nuestra memoria colectiva. La de miles de vascos que llevamos muchos años -más de 25- resistiendo, defendiendo la Constitución que garantiza nuestras libertades frente a quienes nos amenazan de muerte y también frente a
quienes desde las instituciones democráticas vascas nos amenazan con la exclusión.

Majestad, sabemos que esta batalla la vamos a ganar. Sabemos que con nosotros están todos los demócratas españoles. Pero entiéndanos: somos humanos, flaqueamos, y a veces hay imágenes que nos desalientan, que nos hacen dudar.

¿Será posible que ese hombre al que os abrazáis haya conseguido que se imponga la idea de que "en Euskadi se vive muy bien", tal y como se atrevió a decir a un hijo de José Ramón Recalde mientras éste yacía entubado tras sobrevivir a un atentado?

¿Será posible que sólo nosotros, quienes lo sufrimos, sigamos pensando que en esta situación de falta de libertad que padecemos hay culpables -los que pegan tiros, ponen bombas y extorsionan-, pero también hay responsables políticos dispuestos -como el hombre a quien
su majestad se abraza- a institucionalizar esta situación y seguir sacando ventaja política?

Yo, señor, ni por asomo creería que su majestad se encuentra entre aquellos en que ese espejismo ha podido prender. A mí, señor, nunca se me ocurriría creer que su majestad piensa que es la hora de rendirse. Aunque bien es cierto que si se pensara así, deberíamos ser
los primeros en enterarnos.

Más que nada para saber por qué nos jugamos la vida. Su majestad sabe que no nos rendiríamos aunque no tuviéramos a nadie que nos cubriera las espaldas. Pero sé que no es el caso. No tengo dudas respecto a la firmeza de sus convicciones. No obstante, señor, quiero que sepa que
esa imagen de afectividad con el hombre que añora la presencia de los verdugos mientras olvida a las víctimas, ese abrazo, le fortalece a él y a su causa.

Y nos debilita a nosotros. Y eso, majestad, eso sí que no podemos permitírnoslo.

Disculpe mi atrevimiento, pero tenía que decírselo.

LA REVOLUCIÓN DE LA LIBERTAD

CONFERENCIA DE JOSE MARÍA AZNAR

Queridos amigos, muy buenos días a todos.

Quiero darles las gracias a todos por su presencia esta mañana. Para FAES como Fundación, y para mí personalmente, éste es un acto muy importante y por supuesto también lo es saber que ha despertado el interés de todos ustedes. Muchas gracias.

Gracias también a la Universidad San Pablo CEU que nos prestan su valiosa colaboración y que hoy son nuestros anfitriones. Gracias también a Ana Palacio y José María Lassalle que me han precedido tan acertadamente en el uso de la palabra.

La Fundación que presido se creó para pensar. Para pensar juntos la libertad. Las ideas son la base del futuro de la vida en común. Y las ideas son poderosas. Porque con ellas como guía se pueden alcanzar los objetivos más difíciles.

Fue el caso de la guerra fría. Hace quince años, hubo personas que quisieron ganarla. Porque querían que la libertad se impusiera a la tiranía. Y el arma más poderosa de esas personas fueron sus ideas. Su convicción de que los derechos de las personas están por encima de cualquier otra consideración.

Y aquellas personas querían que su idea de libertad se impusiera a otra idea, la del comunismo. Una idea que tenía a sus espaldas la muerte de millones de personas, la peor tiranía de la historia. Tenía prisioneras tras un muro a cientos de miles de personas. Las tenía silenciadas y sin derechos políticos básicos. Y además las condenaba a la pobreza por la radical ineficacia de su sistema económico.

La libertad tiene un precio muy alto. Muchas personas pagaron con su propia vida por no resignarse a vivir bajo una dictadura sanguinaria. Pero su sacrificio personal, y el compromiso de muchos otros, consiguieron derribar aquel muro y derrotar la tiranía comunista.

Con el muro de Berlín se hizo añicos también la utopía colectivista. La fatal arrogancia del socialismo, como la llamó Hayek, que planificaba las vidas de millones de personas porque creía tener al alcance el conocimiento absoluto.

Y las ideas que vencieron aquel día de noviembre de 1989 fueron las de la responsabilidad y la libertad individual. Las ideas que han permitido, más que ningunas otras, que sociedades enteras avancen hacia la prosperidad. Las que, más que ningunas otras, han permitido la movilidad social de cada ciudadano. Vencieron las sociedades abiertas y democráticas.

El camino no ha sido fácil desde entonces. Ni la libertad ni la democracia tienen poderes mágicos. Lo que se destruyó concienzudamente durante 45 años no se vuelve a edificar ni siquiera en 15 años. Y eso incluye tanto lo material como lo que probablemente sea más difícil: lo que afecta al ánimo de un pueblo, a sus ganas de esforzarse individualmente y a su sentido de la responsabilidad personal. Pero espero que todos estén de acuerdo conmigo: quienes hablan como si con el Muro se viviera mejor son demasiado crueles.

El camino de la servidumbre tiene menos curvas que el camino de la libertad. En el siglo XX el mundo, y muy especialmente Europa, sufrió el terror de las peores dictaduras. Llegaron casi sin que nadie se diera cuenta. Y para derrotarlas se necesitó luego mucha voluntad, determinación y firmeza.

Quienes derrotaron al nacionalsocialismo de Hitler no lo hicieron contemporizando con él. Algunos lo intentaron y no sólo fracasaron, sino que dejaron una situación aún peor cuando tuvieron que ceder el testigo a quienes no estaban dispuestos a pactar con el tirano. Quienes derrotaron a los nazis y fascistas fueron quienes lucharon en las playas de Normandía o en las laderas de Monte Cassino, liderados por Churchill y Roosevelt.

Quienes derrotaron al comunismo fueron igualmente quienes se dieron cuenta de que merecía la pena luchar por la libertad. Quienes creían en la superioridad moral de las democracias sobre las tiranías y se negaron a ceder terreno. Quienes lucharon desde más allá del muro como Vaclav Havel, Lech Valesa o Andrei Sajarov. Quienes lucharon con sus ideas desde fuera de él, como Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Helmut Kohl o el Papa Juan Pablo II. Y sobre todo, quienes entregaron sus vidas, pero nunca su dignidad, en los cientos de Gulags de Rusia, China, Camboya o Cuba.

No sería justo dejar de mencionar a Mijail Gorbachov. El último líder soviético tuvo la inteligencia de reconocer que su sistema se había derrumbado. Y la generosidad de no hacer esfuerzos estériles, pero que habrían podido ser terribles para todos, para defender lo ya indefendible.

Permítanme recordarles las palabras que pronunció frente a la Puerta de Brandemburgo el Presidente Ronald Reagan: “Mientras esta puerta continúe cerrada, mientras la cicatriz que es el muro siga en pie, no sólo es la cuestión alemana la que permanece sin resolver, sino la libertad de toda la humanidad. Pero no vengo aquí a lamentarme, sino que encuentro en Berlín un mensaje de esperanza. Incluso a la sombra del muro encuentro un mensaje de triunfo”.[1]

El triunfo tardaría sólo dos años en llegar. Y llegó gracias a que Reagan y otros como él fueron consecuentes y acompañaron sus palabras con los hechos.

Queridos amigos,

No podemos dar por descontada la libertad. El respeto a nuestros derechos fundamentales, el que disfrutamos en el mundo occidental y que nos gustaría ver extendido a todo el mundo, es algo demasiado valioso y frágil. Nos engañaríamos si pensamos que no tiene enemigos. La libertad tuvo enemigos en el siglo XX. Y el siglo XXI ha comenzado con un ataque simbólico y brutal contra la sociedad abierta. Si queremos preservarla tenemos que estar dispuestos a defenderla, junto con nuestros amigos y aliados.

En este siglo XXI las amenazas a las libertades no vienen ya de las ideologías derrotadas en el siglo XX. Hoy la amenaza sobre todos nosotros, sobre nuestras democracias, viene del terrorismo.

Quienes odian la libertad hoy utilizan sin escrúpulos el terror para imponer su visión totalitaria de la sociedad. Puede ser una utopía religiosa o nacionalista, étnica o política. No nos engañemos. Todos ellos están unidos por un mismo odio a las libertades y un desprecio profundo a la dignidad de cada persona.

Los terroristas, y más concretamente los terroristas islamistas, tienen la determinación de acabar con nuestra civilización. Hemos visto su poder y su voluntad de destrucción. Ante ese poder tenemos que tener una voluntad aún mayor de derrotarlos. De proteger nuestra libertad y nuestros valores. De defendernos de quienes quieren nuestra destrucción. Lo que está en juego es, ni más ni menos, que nuestra propia supervivencia.

Hoy, igual que ayer, es inútil el apaciguamiento cuando de lo que se trata es de defender los pilares mismos de nuestras democracias.

No se podía transigir con Hitler, aunque algunos lo intentaron inútilmente.

No se podía transigir con Pol Pot, aunque algunos no quisieran ver lo que estaba ocurriendo en su país.

Hoy no se puede transigir con terroristas como Bin Laden, aunque haya quien prefiera fijar su atención en qué los separa de los Estados Unidos, en vez de esforzarse por trabajar conjuntamente contra el terror.

Pero no puedo ser otra cosa que optimista y les invito a que lo sean conmigo.

Hoy debemos hablar de optimismo, y yo quiero hablarles de optimismo.

La gran lección de los ochenta, de aquellos años en los tanto discutíamos los occidentales, es que dependemos sólo de nosotros mismos. Las democracias liberales dependemos sólo de nuestra energía y de nuestra fuerza de voluntad. Si éstas no nos faltan, no hay Muro ni Jihad que aguante indefinidamente.

Estoy convencido de que la libertad triunfará, frente a los desafíos de hoy, de igual manera que triunfó ante las amenazas del pasado. Porque sólo depende de nuestra determinación y nuestra firmeza para conseguirlo. Pero necesitamos convencernos de ello, y ser consecuentes con la magnitud del reto al que se enfrenta Occidente. Tenemos que trabajar juntos sin esperar a que la amenaza crezca aún más fuerte. Debemos trabajar con buen sentido y siendo todos aún más conscientes de la necesidad de una acción común y concertada para derrotar al terror.

Soy optimista porque la historia me empuja a serlo sin ninguna duda. Soy optimista porque creo en la fuerza imbatible de la libertad cuando es consciente de su superioridad moral. Soy optimista porque el odio y el fanatismo no pueden vencer a menos que les dejemos vencer.

Pido a todos que compartan mi optimismo y con él la misma voluntad de que la libertad y la civilización sigan siendo nuestro modo de vida. Con todas sus imperfecciones, con todas sus limitaciones, con todo lo que se quiera decir en contra de ellas. Con todo y con eso, no conozco nada mejor construido en toda la Historia para respetar la libertad y permitir la felicidad de un mayor número de personas.

Si quienes nos precedieron fueron capaces de derrotar a terribles tiranías, nosotros podemos conseguir un futuro en el que no nos amenace el nuevo totalitarismo fanático.

Por eso, porque la Revolución de la Libertad triunfó hace quince años, vamos a recordarla juntos durante los próximos meses. Es muchísimo lo que podemos aprender de aquella victoria. Tanto, que el triunfo que necesitamos ahora incluye que valoremos con justicia lo mucho que debemos a aquellos héroes de la libertad.

Muchas gracias a todos y muy buenos días

CARTA ABIERTA A ZP

Carta abierta de un ciudadano anómino en espera de ser enviada a cualquier periódico, dirigida al presidente del gobierno español

Sr. Presidente:

Cada vez más nos damos cuenta que pertenecemos a una minoría extrañísima en España.

Lamentamos reconocer que nuestras familias no son políticamente correctas porque en ellas no hay ningún musulmán, preso, homosexual, cineasta o actor de moda, político, nacionalista, drogadicto, maltratador/a, maltratada/o, inmigrante ilegal, no hay abortos provocados ni eutanasias activas.

Nuestro problema es que vivimos en España,los niños estudian -lo confesamos- en centros concertados y los adultos trabajamos y pagamos los impuestos.

Para empeorar la situación, somos católicos, y casi todos practicantes (ya se sabe la juventud...).

Nos gustaría preguntarle, Sr. presidente del Gobierno, si tiene algún plan para minorías como la nuestra, a la que lo que le preocupa es la seguridad ciudadana, el terrorismo, la justicia, la educación,la sanidad y las infraestructuras y que en lo demás nos dejen en paz.

Como sugerencia, podían empezar por tratarnos al menos como al burro ibérico y crear una Fundación para la Protección de la Familia Autóctona del País, declararnos especie protegida en peligro de extinción.

Atentamente,
un ciudadano anónimo

AUTOENGAÑOS PIADOSOS

Artículo escrito por Hermann Tertsch el pasado martes día 16. Su autor reflexiona ante las graves consecuencias del radicalismo islamista en la sociedad holandesa tras el asesinato de Theo van Gogh y las amenazas de muerte que pesan sobre Ayaan Iris Alí.

La diputada liberal holandesa Ayaan Iris Alí se ha visto obligada a "pasar a la
clandestinidad". Protegida las 24 horas del día por la policía, recluida en un domicilio secreto, vive acosada por las amenazas de muerte que recibe por haber colaborado con el director de cine Theo van Gogh en el cortometraje Sumisión,considerado ofensivo por el fanatismo islamista.

Desde que Van Gogh fuera asesinado el pasado día 2 en Amsterdam por un islamista marroquí -vinculado a células terroristas en España y Marruecos-, parece claro que las amenazas no son una mala broma. Responden a consignas impunes oídas en mezquitas holandesas que exigen castigo a los "enemigos del islam", que son todos los que osen criticar prácticas extendidas en las comunidades musulmanas y hostiles a la sociedad que les otorgan hospitalidad,
trabajo y, hasta ahora, tolerancia ilimitada.

Ayan Iris Alí tiene motivos para estar enfadada. Le han matado a un amigo y quieren matarla a ella. Y sin embargo, dice sentirse culpable por haber animado a Van Gogh a realizar la película. Condenada a vivir en la Holanda libre poco menos que como Anna Frank durante la ocupación alemana, la diputada se culpa de la suerte de Van Gogh y de la propia. Como los judíos que buscaban desesperadamente en sí mismos o en su comunidad la causa del odio
antisemita nacionalsocialista.

"¿Habremos herido con tanto exceso la sensibilidad de nuestros enemigos como para inducirlos a matarnos?". La respuesta es que obviamente sí. Pero hay otra pregunta: "¿Podemos evitar herir la sensibilidad de nuestros enemigos -y así su molesto deseo de matarnos- sin dejar de ser nosotros mismos?". Las próximas décadas lo dirán.

Europa occidental -Holanda y Alemania en especial- lleva al menos veinte años haciendo todo lo posible por conseguir que la inmigración islámica "no renuncie a su identidad y a su cultura". Cualquier medida que pudiera empañar tan beatífica intención era condenada de inmediato como racista y xenófoba.

Así las cosas, los únicos que se atrevían a exigir un esfuerzo de integración al
inmigrante eran los auténticos racistas y xenófobos.

Los partidos democráticos ignoraban el problema. Los conflictos eran "aislados" y generalizada la convivencia ejemplar. Las élites europeas abogaban por la tolerancia. También hacia los intolerantes. Con el tiempo, decían, se adaptarían a nuestros hábitos y valores. Traían consigo pluralidad cultural, colorismo étnico y exotismo que harían más ricas a las sociedades europeas.

Era, al parecer, necesario este otoño holandés para que se nos hundiera esta gran mentira europea. Ayer volvió a arder una mezquita en Holanda. Son ya veinte los atentados anti-islámicos allí desde la muerte de Van Gogh. En Francia, jóvenes musulmanes son la punta de lanza del antisemitismo en Europa.

Esta semana, el poco sospechoso semanario Der Spiegel publica un demoledor informe sobre maltrato, torturas, secuestros y esclavitud a que son sometidas miles de mujeres por parte de sus familias en Alemania. Hay barrios en países europeos en los que no rige de hecho la Constitución nacional, sino la sharia (ley islámica). Y en infinidad de hogares. Y nosotros, los tolerantes,engañados piadosos.

Sería cruel sugerir que los europeos nos merecemos todas estas nefastas consecuencias de nuestro relativismo. Aunque nuestra culpa es evidente y no está precisamente, como piensa la amenazada diputada holandesa, en ejercer nuestros derechos, sino en no hacerlos respetar. Tantos años diciendo que todas las ideas son buenas, mejores si no son las de nuestra sociedad abierta, que hemos convencido a quienes tienen otros valores -antagónicos a los
nuestros- a los que recurrir.

Y ellos saben matar y morir por ellos. Si la mayoría de los medios europeos han jaleado, con mayor o menor disimulo, a los enemigos de EE UU en Irak, por qué no se van a sentir reforzados en la lucha sus hermanos que odian tanto la sociedad libre europea como la americana. No se puede hoy concluir una reflexión semejante sin jurar que la inmensa mayoría de los inmigrantes musulmanes son buena gente y entre los cristianos hay mucho indeseable.

Pero la tolerante policía holandesa estima que el 5% del millón de musulmanes en Holanda son fanáticos dispuestos a la violencia. Son 50.000. Para empezar no está mal. Difícil es hoy proponer remedios. Quizás un poco más de autoestima de los Estados y sociedades europeas, algo de sentido común, tolerancia tanta como firmeza, e inteligencia para ver que nunca desde el nazismo estuvimos tan amenazados. En fin, instinto de supervivencia.

LOS INTERROGANTES QUE SE MERECE

El estudio de Johns Hopkins sobre el número de víctimas civiles en Iraq está siendo desacreditado por impreciso y tendencioso. Artículo de Xavier Sala i Martín publicado en La Vanguardia el día 17 de noviembre

A principios del 2003 yo estaba a favor de la guerra de Iraq: porque viví en directo el 11 de septiembre en Nueva York y sabía que Saddam financiaba a los familiares de terroristas suicidas en Oriente Medio, porque pensaba -como todo el mundo- que Bagdad tenía armas de destrucción masiva, porque creía (y sigo creyendo) que los países islámicos merecen que los
ayudemos a democratizarse y que un dictador menos es mejor que uno más, porque considero que la ONU es una institución poco útil y corrupta donde los votos se venden al mejor postor y porque sabía que las relaciones entre Francia e Iraq eran incestuosas.

Ahora bien, estoy muy desencantado con el Gobierno de Estados Unidos por cómo ha conducido hasta ahora la guerra contra el terrorismo: subestimó el número de tropas necesarias, no previó correctamente la reacción del pueblo iraquí, tenía que haber castigado más duramente a los responsables de las humillaciones de Abu Graib (es decir, a Rumsfeld) y, sobre todo, no debería haber creado esa cárcel en Guantánamo donde se niegan a los prisioneros los
derechos que una democracia como la norteamericana debe garantizar y defender. La protección de los ciudadanos ante los abusos del Estado es uno de los fundamentos de la democracia liberal y, al violar ese principio, Bush está desprestigiando al sistema de libertades de todo el mundo.

Dicho esto, una de las cosas que el Gobierno americano no ha hecho mal ha sido el intentar minimizar el número de víctimas civiles. Según diversas organizaciones como Human Rights Watch o la británica Iraq Body Count la guerra ha causado sólo entre 14.000 y 17.000 muertos civiles. Esos números no son bajos... pero son muy inferiores a los 100.000 anunciados por un
reciente y publicitado estudio del profesor Les Roberts.

Confieso que en cuanto supe del artículo de Roberts, sospeché de sus resultados. Primero, porque casualmente se publicó cuatro y sólo cuatro días antes de las elecciones a pesar de que el estudio se hizo en septiembre. Segundo, porque no salieron en la revista Lancet a través de los medios normales y el día que tocaba, sino que se difundieron aceleradamente en
internet. Y tercero, porque Roberts (de la Universidad Johns Hopkins, ¡vaya otra casualidad!) es un conocido militante antiguerra y anti-Bush y ya se sabe que el sectarismo está reñido con la honestidad científica.

La metodología utilizada por el estudio es más o menos la siguiente: se buscan 30 puntos aleatorios en Iraq, se escogen 30 familias de cada uno de estos puntos y se les pregunta el número de muertos en esa familia 14 meses antes y 14 meses después de la invasión. Se estima la mortalidad antes de la invasión (unas 5 personas por cada 1.000 habitantes) y la de después (7,9 muertos de cada 1.000). Se extrapola ese aumento a todo el país y se estima
que la guerra ha causado 100.000 muertos.

Un detalle: el hecho de que se tome una pequeña muestra de ciudadanos (y no a todos ellos) hace que los estadísticos no estén muy seguros de sus resultados y, por ello, no sólo den una estimación del número de muertos, sino también un intervalo de confianza que, más o menos, dice: "Con un 95% de seguridad, el número de muertos está entre este mínimo y este máximo".
Pues bien, el intervalo de confianza del estudio va de ¡8.000 a 194.000 muertos! Para entendernos: si una encuesta electoral dijera que en las próximas elecciones ERC sacará entre cero y 135 escaños, la tiraríamos a la basura por inútil y poco informativa. Pues lo mismo pasa con el trabajo del señor Roberts.

De hecho, la muestra es tan poco representativa que el estudio dice que durante el mes de enero del 2003 no murió absolutamente nadie en Iraq y que en los 14 últimos meses del régimen de Saddam, sólo hubo dos (repito, dos) muertes por violencia y ambas ocurrieron en junio del 2002. No es creíble que la muestra sea realmente aleatoria. Es más, las estimaciones no cuadran con los datos de la ONU que indicaban una mortalidad prebélica de entre 6,8
y 8,1. Noten que esos números son muy parecidos al 7,9 de después de la invasión. Es decir, si tomamos los datos de la ONU para el periodo preconflicto, las mortalidades antes y después de la guerra no son estadísticamente distintas. ¿Quiere esto decir que las hostilidades no han
causado víctimas? No. Lo que significa es que la cantidad de muertos que ha generado la guerra es parecida a la que producía el régimen de Saddam antes de la invasión. Y recuerden que el corrupto programa de petróleo por alimentos de la ONU comportó escasez de medicinas y comida y, según se nos decía entonces, causaba centenares de miles de muertos... antes de la
guerra.

En resumen: los datos que tenemos son difusos y no nos permiten saber si las víctimas de la guerra de Iraq superan a las del antiguo régimen. Lo que sí sabemos con certeza es que existen profesores que abusan de su supuesta imparcialidad y publican estudios llenos de manipulaciones estadísticas que intentan influir en las elecciones (este fenómeno se conoce en Catalunya con el nombre de chupacabrismo). Los profesores tienen (¡tenemos!) derecho a
opinar e incluso a votar, pero no tenemos derecho a fabricar datos y farsas con objetivos partidistas. El estudio de la Johns Hopkins está siendo desacreditado -incluso por organizaciones antiguerra como Human Rights Watch- por impreciso, mal ejecutado y tendencioso. Convendría que la prensa europea no volviera a quedarse en fuera de juego y pusiera a ese estudio todos los interrogantes que se merece.

X. SALA I MARTÍN, Fundació Umbele, Columbia University y UPF
www.columbia.edu/%7exs23
Enlace
http://www.lavanguardia.es/web/20041117/51169286211.html

¿ARROGANCIA ... O BAJADA DE PANTALONES?

CARTA A UN AMIGO AMERICANO
Por MICHEL BARNIER Ministro de Asuntos Exteriores de Francia

Le escribo como ciudadano de un país que ayudó al suyo a conquistar su independencia antes de encontrar en él un aliado fiel y un liberador. Un país que, por mucho que disguste a los adeptos del French bashing, es uno de los mejores aliados de América, por su esfuerzo de defensa, por su compromiso con ustedes en Afganistán y por su ejemplar cooperación en la lucha contra el terrorismo. Y es que, de Yorktown a las playas de Normandía, de las crisis de Berlín o de Cuba a nuestro compromiso común en Kosovo o en Haití, Francia y Estados Unidos siempre han luchado codo con codo por la democracia y la libertad. También le escribo como un simple obrero de la unidad de Europa, que tanto debe a su nación: la liberación de la tiranía nazi, la decisiva contribución del Plan Marshall a la reconstrucción de nuestro continente, la protección, durante décadas, contra la amenaza soviética y el respaldo a la emancipación de Europa central y oriental. Este es el mensaje de un amigo de Estados Unidos que, como
tantos otros europeos de su generación, asocia a ese nombre la libertad, la democracia y la promesa hecha a cada uno de poder mejorar su condición.
Esta es la primera vez desde hace mucho tiempo que los europeos se preguntan por el futuro de las relaciones entre las dos orillas del Atlántico. No se trata de cuestionar el estatus de su país, su visión o la idea que tiene de su futuro. Los europeos harían mal en reprocharle que sea fuerte y dinámico. Sin embargo, cuestionan la opinión que tiene Estados Unidos de Europa y del papel que esta podría desempeñar junto a él en el mundo. Por eso, me gustaría
recordar una serie de hechos y proponer una o dos ideas para los próximos meses.
Primer hecho: nuestras relaciones políticas no reflejan suficientemente nuestra Interdependencia económica. Recordemos que la mayor parte de las inversiones extranjeras en Europa proviene de Estados Unidos, y al revés; y que la mayor parte de los beneficios
realizados en el extranjero por las empresas europeas es en Estados Unidos, y al revés. Y esto genera y mantiene millones de puestos de trabajo tanto en Estados Unidos como en Europa.
Es cierto que hoy en día se habla mucho del crecimiento de las economías asiáticas y de las perspectivas abiertas por el mercado chino. Es normal siempre y cuando se mantenga el sentido de la proporción: en 2003, las empresas estadounidenses invirtieron en toda
Asia apenas más que en la economía holandesa. Y, ese mismo año, las empresas de mi país invirtieron cinco mil millones de dólares en Estados Unidos. Sí, dependemos unos de otros. Sí, el crecimiento estadounidense tira del crecimiento europeo. Sí, cada día, cuando la
economía estadounidense debe financiar su importante déficit en el balance de pagos, encuentra crédito en los inversores europeos. Cabe entonces preguntarse si nuestro diálogo político está a la altura de nuestra interdependencia económica.
El segundo hecho es que la Unión Europea se acerca a su madurez institucional. Desde el Tratado de Maastricht, buscaba una organización adaptada a sus nuevas misiones y a su nueva dimensión geográfica. Es algo que se habrá logrado cuando los pueblos de la Unión aprueben la Constitución Europea.
¿Qué podemos esperar ahora de Estados Unidos sino, según las palabras de John Fitzgerald Kennedy, una asociación mutuamente benéfica entre la nueva Unión de Europa y la vieja Unión americana? En ocasiones, entendemos que la misión de Estados Unidos en el mundo es promover la
democracia. Respalden entonces la construcción de una Europa más fuerte y más unida, porque la Unión Europea atrae hacia ella, y hacia sus valores democráticos, a un número creciente de países que la rodean.
Un último hecho: en las horas más oscuras vividas por su país en el año 2001, pudieron contar con la total solidaridad de la Unión Europea y de sus Estados miembros. Adoptamos medidas concretas contra el terrorismo. Muchos soldados europeos, muchos de ellos franceses y
alemanes, trabajaron -y siguen trabajando- en Afganistán junto a ustedes. Tenemos tantas cosas que hacer juntos... Para promover la democracia, la justicia y el desarrollo. Para luchar contra el terrorismo. Para oponernos a la diseminación de las armas de
destrucción masiva. Para contener las guerras. Para aportar la paz y actuar así sobre las propias raíces del terrorismo.
En Oriente Próximo, para sacar el conflicto entre israelíes y palestinos de la situación en punto muerto en que se encuentra. Hoy por hoy, debido a sus envites y a su alcance mundial, es más importante que ningún otro. Es fuente de otros conflictos y, todavía más grave, a menudo sirve como pretexto a los terrorismos de todo tipo en cualquier lugar del mundo. No lo dejemos sin solución y a Oriente Próximo sin futuro. Retomemos la Hoja de Ruta y el camino que
traza hacia la paz. Reactivemos el Cuarteto. Estemos dispuestos a acompañar todos los esfuerzos en este sentido, incluso enviando una presencia internacional al terreno. La Unión Europea podrá hacer pocas cosas sin ustedes. Y qué duda cabe de que ustedes podrán hacer
todavía más cosas con nosotros. La paz en Oriente Próximo sólo es posible con el compromiso común y determinado de Estados Unidos y de la Unión Europea, que deberán asumir juntos esta responsabilidad histórica. Después, también debemos movilizarnos por África. Más que
ninguna otra, esta «nueva frontera» que constituye hoy en día el continente africano es sin duda alguna una frontera común. Este continente, que es a la vez el más joven y el más pobre, concentra todas las amenazas pero también todos los envites de nuestro mundo contemporáneo: crecimiento, seguridad, sanidad, medio ambiente y gestión del espacio. Sólo con acciones complementarias y coordinadas podremos responder a esos retos, ya se trate de promover un
desarrollo sostenible o de reducir los focos de conflictos o de inseguridad. Y hay muchos otros asuntos, muchas otras regiones que deberían beneficiarse de nuestro nuevo diálogo. Para que no haya un segundo Irak. Para que no haya más crisis en las que se vuelva a cuestionar tan profundamente el derecho internacional, tanto su legitimidad como su utilidad. Tenemos intereses comunes y compartimos idénticos valores: aprendamos nuevamente a forjar ambiciones comunes.
Por eso creo que hay que dar a las relaciones políticas transatlánticas un nuevo impulso que tenga más en cuenta la realidad europea.
Así es, actualmente, en materia de defensa. La Unión Europea se está convirtiendo en este ámbito en un socio creíble en el triple plano de sus capacidades operativas, de sus competencias, que la Constitución europea va a incrementar, y de su compromiso en el terreno. El próximo mes, en Bosnia, tomará el relevo de la OTAN. La cooperación funciona y las complementariedades se afirman por el bien de todos y, en particular, de la Alianza Atlántica.
Pero salta a la vista que, en el plano político, el diálogo entre la Unión Europea y Estados Unidos no es ni suficiente ni lo suficientemente regular. ¿Qué hacer para darle más intensidad y adaptarlo a lo que se han convertido Estados Unidos y la Unión Europea? Propongo que, desde ahora, se reúna un grupo de alto nivel, integrado por personalidades independientes y reconocidas a ambos lados del Atlántico, para trabajar en este proyecto político.
Estados Unidos necesita una Europa capaz y responsable. Y Europa necesita un Estados Unidos fuerte y comprometido en los asuntos del mundo, partidario del multilateralismo que contribuyó a crear en el seno de la Organización de las Naciones Unidas, convencido de que el
mundo necesita reglas, y reglas que valgan para todos. En la historia del siglo XX, el buen entendimiento entre ambas orillas del Atlántico ha sido una condición esencial para la paz mundial. Hoy, en un mundo más inestable, más peligroso y enfrentado a retos considerables, la
alianza política de la vieja Unión americana y la nueva Unión europea no bastará para garantizar un futuro mejor. Pero sin ella, tiene pocas posibilidades de despuntar.
Lunes, 15 de noviembre de 2004 CANALESOCIO SERVICIOS DE COMPRAS
OPINIÓN
Abc la tercera