ORIENTE Vs. OCCIDENTE
Me fastidia tu éxito. Os odio a ti y a los de tu clase. Por tanto, te bombardeo.
Roger Scruton. The Times 9 de Julio 2005.
Los apologistas del terrorismo ( y son pelotón) argumentan que ésta es un arma utilizada por gente que pierde la esperanza de alcanzar sus objetivos por cualquier otro método. Es un grito profundo de aquellos privados de voz en el proceso político. El terrorista no es un agresor sino una víctima, y debemos desarmarlo no con la violencia sino afrontando los problemas que motivan sus actos. Este argumento se ha utilizado para excusar a los suicidas palestinos, a los terroristas del IRA que disparaban a las piernas, a los secuestradores de las Brigadas Rojas e incluso a los asesinos en masa del 11S. Su principal efecto es culpar a las víctimas y disculpar el crimen.
Si nos fijamos en la condición real de los terroristas a través de los tiempos, sin embargo, descubriremos enseguida que la disculpa no se corresponde con la realidad. Algunos terroristas han sido pobres y víctimas de la injusticia, Pero ésos son la excepción. Los Jacobinos, que desataron el Terror original, fueron en su mayoría miembros privilegiados de la élite emergente. Los anarquistas rusos del siglo XIX no estaban en peor situación material y social que ustedes o yo, y con unas reivindicaciones que eran más producto de su imaginación que del resultado de observar y simpatizar con la clase llana de Rusia. No existe evidencia de que el séquito de Osama Ben Laden sea diferente, e incluso el IRA, que pretende representar a los católicos "oprimidos" del Ulster, está muy lejos de nutrirse de los oprimidos que tanto publicita. Con respecto a los islamistas que atentan en nuestras ciudades, tienden a tener una buena formación, médicos, ingenieros, informáticos, personas que podrían haber ayudado a proporcionar al Medio Oriente la clase media estable que necesita tan desesperadamente pero han optado por elegir un camino distinto y más rápido hacia la gloria.
Me parece que estaremos más cerca de entender el terrorismo si, en vez de centrarnos en qué tienen en común los terroristas, nos fijamos en qué tienen en común sus víctimas. Los objetivos de los terroristas son grupos, naciones o razas. Y se caracterizan por su éxito mundano ya sea social o material. El Terror original estaba dirigido contra la aristocracia francesa complementada por toda clase de grupos reales o imaginarios que supuestamente les ayudaban. Los anarquista rusos se cebaban con la gente con riqueza, cargo o poder. El Gran Terror de Stalin, iniciado por Lenin, se dirigía a grupos a los que se achacaba beneficiarse del sistema, lo que empobrecía a otros. El terror nazi se centró en los judíos por su innegable éxito material y facilidad con la que se reunían en comunidad. Incluso los terroristas nacionales del tipo del IRA y ETA tiene por objetivo naciones que supuestamente disfrutan de riqueza, poder y privilegios, en detrimento de otras igualmente consideradas. Los terroristas islámicos ponen bombas en la ciudades de Europa y América porque esas ciudades son un símbolo de éxito político y económico de Occidente y una reprimenda al caos político y la arraigada corrupción del mundo musulmán. El éxito genera resentimiento y el resentimiento genera odio.
Esta simple observación se convirtió en la raíz del pensamiento político de Nietzche, que identificaba ressentiment, como él lo llamaba, como el sentimiento social distintivo de las sociedades modernas: un sentimiento antaño emanado y manejado por el Cristianismo, ahora disperso por el mundo. No digo que el análisis de Nietzche sea correcto. Pero, sin duda, acertó al identificar esta rara motivación en los seres humanos, acertó al enfatizar su abrumadora importancia y acertó al señalar que subyace más profundamente que los mecanismos de debate racional.
Con el terrorismo, nos enfrentamos a un resentimiento que no pretende mejorar la suerte de nadie, sino destruir lo que odia. Esto es lo que importa en el terrorismo, porque el odio es un sentimiento mucho más fácil y menos exigente con el que vivir que el amor, y es mucho más eficaz para reclutar y seguir. Y cuando el objeto del odio es un grupo, una raza, una clase o nación , podemos proporcionar una postura comprensiva al mundo desde nuestro odio. De ese modo, el odio hace orden del caos y decisión de la incertidumbre, la solución perfecta para los musulmanes alienados, perdidos en un mundo que niega su religión y al que su religión, en correspondencia, niega.
Por supuesto, el odio tiene otras causas además del resentimiento. Alguien que ha sufrido una injusticia, bien podría odiar a la persona que la haya cometido. Sin embargo, ese odio tiene un objetivo concreto y no se puede satisfacer atacando a un sustituto inocente. El odio nacido del resentimiento no es así. Es una pasión perfectamente unida a la identidad de quien la siente y se regocija en dañar a los otros en virtud de su pertenencia al grupo que es su objetivo. El rencor siempre preferirá un asesinato masivo indiscriminado a un objetivo cuidadosamente seleccionado. De hecho, cuanto más inocente es la víctima, más satisfactorio es el acto. Porque ésta es una prueba de santidad, el que alguien sea capaz de condenar a otro a muerte por el mero hecho de ser burgués, rico, judío o cualquier otra cosa, y sin examinar su trayectoria moral.
La tendencia al rencor yace en todos nosotros y sólo se puede vencer con la disciplina que nos invita a culparnos de nuestros errores y a perdonar los ajenos. Esta disciplina yace en el corazón del Cristianismo y muchos argumentan que también en el corazón del Islam. Si eso es así, ya es hora de que lo musulmanes se organicen contra los que predican resentimiento en nombre de su religión y contra lo que consideran que los crímenes del pasado jueves son actos virtuosos, cometidos con la bendición de Dios, en una causa santa.
Roger Scruton is author of The West and the Rest: Globalisation and the Terrorist Threat
Roger Scruton. The Times 9 de Julio 2005.
Los apologistas del terrorismo ( y son pelotón) argumentan que ésta es un arma utilizada por gente que pierde la esperanza de alcanzar sus objetivos por cualquier otro método. Es un grito profundo de aquellos privados de voz en el proceso político. El terrorista no es un agresor sino una víctima, y debemos desarmarlo no con la violencia sino afrontando los problemas que motivan sus actos. Este argumento se ha utilizado para excusar a los suicidas palestinos, a los terroristas del IRA que disparaban a las piernas, a los secuestradores de las Brigadas Rojas e incluso a los asesinos en masa del 11S. Su principal efecto es culpar a las víctimas y disculpar el crimen.
Si nos fijamos en la condición real de los terroristas a través de los tiempos, sin embargo, descubriremos enseguida que la disculpa no se corresponde con la realidad. Algunos terroristas han sido pobres y víctimas de la injusticia, Pero ésos son la excepción. Los Jacobinos, que desataron el Terror original, fueron en su mayoría miembros privilegiados de la élite emergente. Los anarquistas rusos del siglo XIX no estaban en peor situación material y social que ustedes o yo, y con unas reivindicaciones que eran más producto de su imaginación que del resultado de observar y simpatizar con la clase llana de Rusia. No existe evidencia de que el séquito de Osama Ben Laden sea diferente, e incluso el IRA, que pretende representar a los católicos "oprimidos" del Ulster, está muy lejos de nutrirse de los oprimidos que tanto publicita. Con respecto a los islamistas que atentan en nuestras ciudades, tienden a tener una buena formación, médicos, ingenieros, informáticos, personas que podrían haber ayudado a proporcionar al Medio Oriente la clase media estable que necesita tan desesperadamente pero han optado por elegir un camino distinto y más rápido hacia la gloria.
Me parece que estaremos más cerca de entender el terrorismo si, en vez de centrarnos en qué tienen en común los terroristas, nos fijamos en qué tienen en común sus víctimas. Los objetivos de los terroristas son grupos, naciones o razas. Y se caracterizan por su éxito mundano ya sea social o material. El Terror original estaba dirigido contra la aristocracia francesa complementada por toda clase de grupos reales o imaginarios que supuestamente les ayudaban. Los anarquista rusos se cebaban con la gente con riqueza, cargo o poder. El Gran Terror de Stalin, iniciado por Lenin, se dirigía a grupos a los que se achacaba beneficiarse del sistema, lo que empobrecía a otros. El terror nazi se centró en los judíos por su innegable éxito material y facilidad con la que se reunían en comunidad. Incluso los terroristas nacionales del tipo del IRA y ETA tiene por objetivo naciones que supuestamente disfrutan de riqueza, poder y privilegios, en detrimento de otras igualmente consideradas. Los terroristas islámicos ponen bombas en la ciudades de Europa y América porque esas ciudades son un símbolo de éxito político y económico de Occidente y una reprimenda al caos político y la arraigada corrupción del mundo musulmán. El éxito genera resentimiento y el resentimiento genera odio.
Esta simple observación se convirtió en la raíz del pensamiento político de Nietzche, que identificaba ressentiment, como él lo llamaba, como el sentimiento social distintivo de las sociedades modernas: un sentimiento antaño emanado y manejado por el Cristianismo, ahora disperso por el mundo. No digo que el análisis de Nietzche sea correcto. Pero, sin duda, acertó al identificar esta rara motivación en los seres humanos, acertó al enfatizar su abrumadora importancia y acertó al señalar que subyace más profundamente que los mecanismos de debate racional.
Con el terrorismo, nos enfrentamos a un resentimiento que no pretende mejorar la suerte de nadie, sino destruir lo que odia. Esto es lo que importa en el terrorismo, porque el odio es un sentimiento mucho más fácil y menos exigente con el que vivir que el amor, y es mucho más eficaz para reclutar y seguir. Y cuando el objeto del odio es un grupo, una raza, una clase o nación , podemos proporcionar una postura comprensiva al mundo desde nuestro odio. De ese modo, el odio hace orden del caos y decisión de la incertidumbre, la solución perfecta para los musulmanes alienados, perdidos en un mundo que niega su religión y al que su religión, en correspondencia, niega.
Por supuesto, el odio tiene otras causas además del resentimiento. Alguien que ha sufrido una injusticia, bien podría odiar a la persona que la haya cometido. Sin embargo, ese odio tiene un objetivo concreto y no se puede satisfacer atacando a un sustituto inocente. El odio nacido del resentimiento no es así. Es una pasión perfectamente unida a la identidad de quien la siente y se regocija en dañar a los otros en virtud de su pertenencia al grupo que es su objetivo. El rencor siempre preferirá un asesinato masivo indiscriminado a un objetivo cuidadosamente seleccionado. De hecho, cuanto más inocente es la víctima, más satisfactorio es el acto. Porque ésta es una prueba de santidad, el que alguien sea capaz de condenar a otro a muerte por el mero hecho de ser burgués, rico, judío o cualquier otra cosa, y sin examinar su trayectoria moral.
La tendencia al rencor yace en todos nosotros y sólo se puede vencer con la disciplina que nos invita a culparnos de nuestros errores y a perdonar los ajenos. Esta disciplina yace en el corazón del Cristianismo y muchos argumentan que también en el corazón del Islam. Si eso es así, ya es hora de que lo musulmanes se organicen contra los que predican resentimiento en nombre de su religión y contra lo que consideran que los crímenes del pasado jueves son actos virtuosos, cometidos con la bendición de Dios, en una causa santa.
Roger Scruton is author of The West and the Rest: Globalisation and the Terrorist Threat
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El Perdiu -