¿DONDE ESTA EL TALANTE?
Dónde está el talante, matarilerilerile...
En tres semanas el gobierno presidido por quien se llenó la boca de talante, diálogo, de escuchar al ciudadano, de oír la voz de la calle, ha visto como la calle le hablaba a gritos en tres ocasiones.
La primera, el cuatro de junio, en una manifestación convocada por las víctimas del terrorismo contra la negociación con ETA. La segunda, el 11 de junio, en Salamanca, en protesta por el acordado traslado de los ya famosos papeles de Salamanca. La tercera, el 18 de junio, en defensa de la familia.
Podemos hacer más o menos malabarismos y conseguir, cual David Copperfield de la política, hacer desaparecer con un hale-hop a un millón de manifestantes. Bien. Pero lo único cierto es que Rodríguez es el presidente de la democracia que tiene el dudoso honor de haber concitado en su contra, y en tan solo catorce meses de mandato, las manifestaciones más masivas contra la política de un gobierno. Lo cual debería resultar especialmente doloroso para él, que hizo de la pancarta, de la protesta y del clamor popular un sustitutivo a su conveniencia del veredicto de las votaciones parlamentarias.
Con lo cual queda de manifiesto que el talante y el diálogo son virtudes apreciables únicamente cuando lo que reclaman los manifestantes coincide con lo que Rodríguez pretende. La hipocresía elevada a la máxima potencia. Eso sí: les duele. No hay más que ver las reacciones preventivas del fiscal general y de la vicepresidenta, descalificando las movilizaciones antes de que se produzcan, hecho insólito que Libertad Digital comparaba acertadamente con aquella película de Tom Cruise en el que un sistema infalible castigaba el precrimen.
En cualquier caso, el problema es de fondo: Rodríguez debería ser consciente de la muy peculiar forma en que accedió al poder, de la muy exigua mayoría de que dispone, y de lo interesado del apoyo parlamentario de sus socios, que tan solo pretenden el debilitamiento de España. Mimbres estos absolutamente inadecuados e insuficientes para acometer tan profundas reformas sociales e institucionales como las que está abordando, a marchas forzadas, en esta primera fase de su mandato. La legitimidad no se refiere solo a la forma de acceder al poder, sino a la manera en que se ejercita. Y en ese sentido, Rodríguez está yendo mucho más allá de lo que la realidad del país quiere.
Hay otros síntomas de rebelión pacífica contra el gobierno extremista que padecemos, y estos se dan básicamente en Cataluña. En el mismo lapso de tiempo se han sucedido una entrega de premios de Convivencia Cívica Catalana a las asociaciones de víctimas del terrorismo, la presentación ante la prensa del manifiesto de un grupo de intelectuales de izquierda contra el nacionalismo imperante, y finalmente su presentación pública el próximo martes 21 de junio. Algo se mueve en Cataluña, que es justamente la comunidad que sostiene al débil gobierno de la nación en el delicado e inestable equilibrio que a los separatistas les conviene. Es curioso, porque el nerviosismo que están mostrando los mandamases nacionalistas parece desproporcionado respecto a la aparente amenaza. Por algo será...
En tres semanas el gobierno presidido por quien se llenó la boca de talante, diálogo, de escuchar al ciudadano, de oír la voz de la calle, ha visto como la calle le hablaba a gritos en tres ocasiones.
La primera, el cuatro de junio, en una manifestación convocada por las víctimas del terrorismo contra la negociación con ETA. La segunda, el 11 de junio, en Salamanca, en protesta por el acordado traslado de los ya famosos papeles de Salamanca. La tercera, el 18 de junio, en defensa de la familia.
Podemos hacer más o menos malabarismos y conseguir, cual David Copperfield de la política, hacer desaparecer con un hale-hop a un millón de manifestantes. Bien. Pero lo único cierto es que Rodríguez es el presidente de la democracia que tiene el dudoso honor de haber concitado en su contra, y en tan solo catorce meses de mandato, las manifestaciones más masivas contra la política de un gobierno. Lo cual debería resultar especialmente doloroso para él, que hizo de la pancarta, de la protesta y del clamor popular un sustitutivo a su conveniencia del veredicto de las votaciones parlamentarias.
Con lo cual queda de manifiesto que el talante y el diálogo son virtudes apreciables únicamente cuando lo que reclaman los manifestantes coincide con lo que Rodríguez pretende. La hipocresía elevada a la máxima potencia. Eso sí: les duele. No hay más que ver las reacciones preventivas del fiscal general y de la vicepresidenta, descalificando las movilizaciones antes de que se produzcan, hecho insólito que Libertad Digital comparaba acertadamente con aquella película de Tom Cruise en el que un sistema infalible castigaba el precrimen.
En cualquier caso, el problema es de fondo: Rodríguez debería ser consciente de la muy peculiar forma en que accedió al poder, de la muy exigua mayoría de que dispone, y de lo interesado del apoyo parlamentario de sus socios, que tan solo pretenden el debilitamiento de España. Mimbres estos absolutamente inadecuados e insuficientes para acometer tan profundas reformas sociales e institucionales como las que está abordando, a marchas forzadas, en esta primera fase de su mandato. La legitimidad no se refiere solo a la forma de acceder al poder, sino a la manera en que se ejercita. Y en ese sentido, Rodríguez está yendo mucho más allá de lo que la realidad del país quiere.
Hay otros síntomas de rebelión pacífica contra el gobierno extremista que padecemos, y estos se dan básicamente en Cataluña. En el mismo lapso de tiempo se han sucedido una entrega de premios de Convivencia Cívica Catalana a las asociaciones de víctimas del terrorismo, la presentación ante la prensa del manifiesto de un grupo de intelectuales de izquierda contra el nacionalismo imperante, y finalmente su presentación pública el próximo martes 21 de junio. Algo se mueve en Cataluña, que es justamente la comunidad que sostiene al débil gobierno de la nación en el delicado e inestable equilibrio que a los separatistas les conviene. Es curioso, porque el nerviosismo que están mostrando los mandamases nacionalistas parece desproporcionado respecto a la aparente amenaza. Por algo será...
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