zETAp
Abogado y periodista Jorge Trias Sagnier fue diputado por Barcelona en la VI Legislatura (27/03/1996 al 05/04/2000) en el Grupo Parlamentario Popular en el Congreso. Este articulo aparece en el ABC
Al ver ese expresivo y minúsculo cartel, escrito con letras color rojo sangre, en la manifestación de Madrid contra la negociación con ETA me di perfecta cuenta de la dramática situación que estamos viviendo. Los ciudadanos perciben que el presidente del Gobierno se ha abandonado, y les ha dejado en manos de los nacionalistas catalanes y vascos, que éstos son quienes marcan la estrategia política y los que han impuesto una negociación indigna con los terroristas intercambiando independencia por «paz». Para ello, era necesario dividir a las víctimas. «ETA no es de nuestra competencia», dijeron con cinismo los llamados «afectados». Pero al Gobierno se le había escapado un pequeño detalle: los ciudadanos. Los ciudadanos que el sábado pasado salieron masivamente a recordarle a Zapatero, en la calle, que no negociase en su nombre.
Hay gente bienintencionada, como el obispo Blázquez, que se ha referido en varias ocasiones al perdón. Quizás les vendría bien leerse el artículo que en estas páginas publicó hace unos días Ana Velasco Vidal-Abarca, hija de dos grandes personas, de un militar asesinado por ETA y de la vicepresidenta de la Fundación Víctimas, quien distinguía entre perdón y justicia, recordando al Papa Juan Pablo II, que perdonó a Ali Agca e incluso le visitó en prisión, pero que no se inmiscuyó en la justicia italiana ni pidió que se le eximiese de cumplir su condena o que pudiese redimirla más cerca de «los suyos».
Afortunadamente también hay espléndidos pastores, como nuestro cardenal-arzobispo don Antonio Rouco Varela, que tienen las ideas muy claras y ahí está la Instrucción pastoral sobre el terrorismo como guía para desorientados. No es moral plegarse en unas cuestiones a los dictados del relativismo sociológico y en otras combatirlo. A mí me gustaría que algunos sacerdotes y obispos fuesen más humildes y escuchasen la voz del pueblo que de verdad sufre la injusticia, no el insulto de quienes la provocan.
Sólo un miserable, alguien con el corazón podrido, puede afirmar como lo hizo ese diputado nacionalista vasco, que Aznar, precisamente por ser víctima del terrorismo, no era la persona idónea para afrontar la lucha contra ETA. Nadie como Aznar y sus ministros del Interior, especialmente Mayor Oreja, hicieron tanto por las víctimas, a las que nunca preguntaron por su color político, como ahora se hace, y siempre las antepusieron a cualquier otra consideración. Por esa razón el sábado estuvieron ambos rodeados de cariño en la manifestación. El presidente de la Asociación de Víctimas, José Alcaraz, tuvo el acierto de recordar la petición del Rey en la Navidad de 1987 de que no hubiese ni debilidad, ni temor, ni duda en el rechazo de los asesinos. Ahora es el momento de la política, no de la soberbia. Es el momento de restablecer el Pacto por las Libertades, el momento del acuerdo entre Rajoy y Zapatero, el momento de dejar de jugar a ser zETAp. Todo por las víctimas.
Al ver ese expresivo y minúsculo cartel, escrito con letras color rojo sangre, en la manifestación de Madrid contra la negociación con ETA me di perfecta cuenta de la dramática situación que estamos viviendo. Los ciudadanos perciben que el presidente del Gobierno se ha abandonado, y les ha dejado en manos de los nacionalistas catalanes y vascos, que éstos son quienes marcan la estrategia política y los que han impuesto una negociación indigna con los terroristas intercambiando independencia por «paz». Para ello, era necesario dividir a las víctimas. «ETA no es de nuestra competencia», dijeron con cinismo los llamados «afectados». Pero al Gobierno se le había escapado un pequeño detalle: los ciudadanos. Los ciudadanos que el sábado pasado salieron masivamente a recordarle a Zapatero, en la calle, que no negociase en su nombre.
Hay gente bienintencionada, como el obispo Blázquez, que se ha referido en varias ocasiones al perdón. Quizás les vendría bien leerse el artículo que en estas páginas publicó hace unos días Ana Velasco Vidal-Abarca, hija de dos grandes personas, de un militar asesinado por ETA y de la vicepresidenta de la Fundación Víctimas, quien distinguía entre perdón y justicia, recordando al Papa Juan Pablo II, que perdonó a Ali Agca e incluso le visitó en prisión, pero que no se inmiscuyó en la justicia italiana ni pidió que se le eximiese de cumplir su condena o que pudiese redimirla más cerca de «los suyos».
Afortunadamente también hay espléndidos pastores, como nuestro cardenal-arzobispo don Antonio Rouco Varela, que tienen las ideas muy claras y ahí está la Instrucción pastoral sobre el terrorismo como guía para desorientados. No es moral plegarse en unas cuestiones a los dictados del relativismo sociológico y en otras combatirlo. A mí me gustaría que algunos sacerdotes y obispos fuesen más humildes y escuchasen la voz del pueblo que de verdad sufre la injusticia, no el insulto de quienes la provocan.
Sólo un miserable, alguien con el corazón podrido, puede afirmar como lo hizo ese diputado nacionalista vasco, que Aznar, precisamente por ser víctima del terrorismo, no era la persona idónea para afrontar la lucha contra ETA. Nadie como Aznar y sus ministros del Interior, especialmente Mayor Oreja, hicieron tanto por las víctimas, a las que nunca preguntaron por su color político, como ahora se hace, y siempre las antepusieron a cualquier otra consideración. Por esa razón el sábado estuvieron ambos rodeados de cariño en la manifestación. El presidente de la Asociación de Víctimas, José Alcaraz, tuvo el acierto de recordar la petición del Rey en la Navidad de 1987 de que no hubiese ni debilidad, ni temor, ni duda en el rechazo de los asesinos. Ahora es el momento de la política, no de la soberbia. Es el momento de restablecer el Pacto por las Libertades, el momento del acuerdo entre Rajoy y Zapatero, el momento de dejar de jugar a ser zETAp. Todo por las víctimas.
0 comentarios