EDUCANDO EN LA NADA
Un simple vistazo al enésimo anteproyecto de ley orgánica de Educación, esta vez obra del PSOE, viene a mostrarnos la enorme distancia que existe entre teoría y realidad en un asunto tan vital como el futuro académico de nuestros vástagos. Así, vemos que por decreto de ciertos pedagogos de salón, todo lo esencial, todo lo que nos explica y sirve de elemental asiento al saber desaparece bajo el felpudo de la más ágrafa estulticia. Primero fue el latín, ahora parece que le toca a la filosofía. Así que mientras el alumnado debe despedirse de Platón, Aristóteles, Spinoza, Kant o Hegel, nuestros despiertos políticos se llenan la boca celebrando su inconmensurable ingenio al diseñar nuevas y extrañísimas materias como esta de "educación para la ciudadanía" que, de pinta, se parece sólo a aquella otra destinada a la formación del espíritu nacional, porque, alguien debiera decírselo, de constituciones, estatutos y unión europea, si es que de eso se trata como se asegura en el preámbulo del proyecto de ley de marras, siempre se había ocupado hasta ahora el heroico gremio que forma el profesorado de historia. Por cierto que ése será sin duda el próximo en caer a manos de los que sólo se interesan por lo que ha ocurrido bajo sus campanarios.
Es así que todo parece encomendarse a la sana convivencia y a la alegre camaradería, dejando para mejor ocasión los saberes fundamentales, los mismos que luego permiten opinar, discernir o elegir según cierta razón y conocimiento. No hace mucho, me comentaba un colega que se gana la vida impartiendo clases de Historia del Arte, que estaba a punto de tirar la toalla de su inveterado entusiasmo por la docencia, porque que ya no podía con la general desinformación de sus pupilos. Uno de ellos, matriculado en segundo de bachillerato, acababa de comentarle: "Profe, ese Miguel Ángel del que hablas, ¿está aún vivo?". Peor lo tiene cuando debe explicar iconografía, es decir sentar las claves para la interpretación contextualizada de las obras de arte, ahí, si pregunta si saben quien era el Rey David, o los cuatro evangelistas, o Daniel el del pozo de los leones o Afrodita o Buda o Virgilio...todos le miran con ojos indolentes bajo sus neoboinas de béisbol y niegan sistemáticamente con la cabeza. Luego, en gesto perdulario y tristemente reivindicativo, los más atrevidos le espetan con suficiencia: "Profe, es que nosotros ya no tenemos que leer la Biblia, que esta es una sociedad ciudadana y laica". Mi amigo aquel día no tubo ganas de explicarle al tecnocretino que tenía delante que ni Buda ni Virgilio constaban en las entradas disponibles en la Biblia, que Afrodita no era una flauta nasal abisinia y que una cosa es creer lo que se quiera y otra conocer aunque sea tangencialmente la cultura milenaria que nos precede.
Es así que todo parece encomendarse a la sana convivencia y a la alegre camaradería, dejando para mejor ocasión los saberes fundamentales, los mismos que luego permiten opinar, discernir o elegir según cierta razón y conocimiento. No hace mucho, me comentaba un colega que se gana la vida impartiendo clases de Historia del Arte, que estaba a punto de tirar la toalla de su inveterado entusiasmo por la docencia, porque que ya no podía con la general desinformación de sus pupilos. Uno de ellos, matriculado en segundo de bachillerato, acababa de comentarle: "Profe, ese Miguel Ángel del que hablas, ¿está aún vivo?". Peor lo tiene cuando debe explicar iconografía, es decir sentar las claves para la interpretación contextualizada de las obras de arte, ahí, si pregunta si saben quien era el Rey David, o los cuatro evangelistas, o Daniel el del pozo de los leones o Afrodita o Buda o Virgilio...todos le miran con ojos indolentes bajo sus neoboinas de béisbol y niegan sistemáticamente con la cabeza. Luego, en gesto perdulario y tristemente reivindicativo, los más atrevidos le espetan con suficiencia: "Profe, es que nosotros ya no tenemos que leer la Biblia, que esta es una sociedad ciudadana y laica". Mi amigo aquel día no tubo ganas de explicarle al tecnocretino que tenía delante que ni Buda ni Virgilio constaban en las entradas disponibles en la Biblia, que Afrodita no era una flauta nasal abisinia y que una cosa es creer lo que se quiera y otra conocer aunque sea tangencialmente la cultura milenaria que nos precede.
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