JOVENES QUE SE LO PONEN
En cuatro años la juventud española que se declara católica practicante se ha reducido a la mitad. En 2000 eran un 28 por ciento del segmento de población comprendido entre los 15 y los 29 años los que iban a misa, que es el ritual que mejor identifica entre nosotros la práctica de la religión católica (la confesión y la comunión son ya para nota); en 2004 el porcentaje ha caído hasta el 14,2 por ciento, o sea, al 50 por ciento. Todo eso lo dice el informe Juventud en España, elaborado por el Instituto del ramo sobre la base de más de 5.000 encuestas.
¿Significa esto acaso que España ha dejado de ser católica, como anunció Manuel Azaña en ocasión desventurada, hace 70 años? No del todo, pero va camino de ello, especialmente si los obispos se siguen posicionando como el miércoles pasado y no como el día anterior. Quiero decir: en contra del uso del preservativo. El "Póntelo, pónselo" no ha tenido éxito porque los jóvenes estén muy predispuestos a secundar las campañas que organizan los adultos, sino que se lo ponen el condón de forma abrumadoramente mayoritaria porque mantienen relaciones sexuales desde edad temprana y no quieren ni embarazos prematutos ni sida. Y el deseo de entablar este tipo de relaciones afecta lo mismo a católicos que a agnósticos, a budistas que a musulmanes. Es más bien universal.
Pretender que no haya más sexo que el destinado a la procreación parece un mensaje dirigido a personajes heroicos, de esos que, por definición, entran unos cuantos en cada millón.
Que no vayan a misa los muchachos no implica necesariamente desafección hacia las actitudes religiosas. Curioso: el porcentaje de los que se declaran católicos (63 por ciento) casi coincide con el de los que están a favor del aborto libre y voluntario (61 por ciento), lo cual quiere decir que sus vivencias de la religión para entendernos, su relación con la divinidad coinciden poco con los mandatos que vienen de la jerarquía de la confesión en la que están encuadrados, mandatos que tampoco sé muy bien si son "naturales" o "históricos", es decir, generados en un momento determinado y para una sociedad bastante distinta de la actual.
No soy quién para recomendarles nada a unos o a otros. Sólo constato la divergencia y sugiero que será creciente. Si uno se asoma a una iglesia un domingo a mediodía comprueba que la afición es poca y, además de poca, de edades extremas: o personas mayores o niños y
adolescentes que acompañan a sus padres. En medio hay un vacío espectacular. A los obispos les puede servir tal vez de consuelo que en los partidos políticos y los sindicatos la defección juvenil es igual de intensa o más. Pero deberían reflexionar, todos, porque, en
cambio, las oenegés están llenas de jóvenes altruistas que no escatiman energías ni tiempo en apoyo de las causas que creen justas. Claro que en ellas no se exige el cumplimiento de
condiciones que desafían la naturaleza humana. Y no se habla del condón, que yo sepa.
¿Significa esto acaso que España ha dejado de ser católica, como anunció Manuel Azaña en ocasión desventurada, hace 70 años? No del todo, pero va camino de ello, especialmente si los obispos se siguen posicionando como el miércoles pasado y no como el día anterior. Quiero decir: en contra del uso del preservativo. El "Póntelo, pónselo" no ha tenido éxito porque los jóvenes estén muy predispuestos a secundar las campañas que organizan los adultos, sino que se lo ponen el condón de forma abrumadoramente mayoritaria porque mantienen relaciones sexuales desde edad temprana y no quieren ni embarazos prematutos ni sida. Y el deseo de entablar este tipo de relaciones afecta lo mismo a católicos que a agnósticos, a budistas que a musulmanes. Es más bien universal.
Pretender que no haya más sexo que el destinado a la procreación parece un mensaje dirigido a personajes heroicos, de esos que, por definición, entran unos cuantos en cada millón.
Que no vayan a misa los muchachos no implica necesariamente desafección hacia las actitudes religiosas. Curioso: el porcentaje de los que se declaran católicos (63 por ciento) casi coincide con el de los que están a favor del aborto libre y voluntario (61 por ciento), lo cual quiere decir que sus vivencias de la religión para entendernos, su relación con la divinidad coinciden poco con los mandatos que vienen de la jerarquía de la confesión en la que están encuadrados, mandatos que tampoco sé muy bien si son "naturales" o "históricos", es decir, generados en un momento determinado y para una sociedad bastante distinta de la actual.
No soy quién para recomendarles nada a unos o a otros. Sólo constato la divergencia y sugiero que será creciente. Si uno se asoma a una iglesia un domingo a mediodía comprueba que la afición es poca y, además de poca, de edades extremas: o personas mayores o niños y
adolescentes que acompañan a sus padres. En medio hay un vacío espectacular. A los obispos les puede servir tal vez de consuelo que en los partidos políticos y los sindicatos la defección juvenil es igual de intensa o más. Pero deberían reflexionar, todos, porque, en
cambio, las oenegés están llenas de jóvenes altruistas que no escatiman energías ni tiempo en apoyo de las causas que creen justas. Claro que en ellas no se exige el cumplimiento de
condiciones que desafían la naturaleza humana. Y no se habla del condón, que yo sepa.
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